Para leer se necesita silencio y un lápiz. Si damos por supuesto el libro, lo difícil es conseguir silencios, tiempos de soledad. La coartada para no leer siempre ha sido la misma falta de tiempo reiteradamente aducida por personas de cualquier edad, y muy especialmente de la más temprana, cuando les conmino a que lean un metro de libros al año. Para que nadie se confunda y sume los centímetros de los cómics en vertical, añado que me refiero a un metro de libros tumbados. Les parece una barbaridad y hoy les comprendo un poco mejor.
Suelo reírme cuando argumentan así, pero no les explico lo que me hace gracia: no solo la excusa tan manida, sino el que pienso que disponen de más tiempo que yo. Les doy una receta: basta con llevar siempre un libro encima. Si uno carga con el libro, aparecen esos ratos para leer, a veces muy breves. Un consejo que proviene de la experiencia, de modo que redondeo la frase mostrando el libro que me acompaña en ese momento. Pero lo cierto es que el sistema ya no me funciona.
Compruebo que esos encuentros dulces de silencio y conversación, lápiz en mano, con un texto repleto de sugerencias y descubrimientos van raleando, así que he decidido recontarlos a diario, ante el peligro inminente de emburrecimiento y manipulación, que son los dos efectos secundarios inmediatos de la anemia de letras: el cerebro se queda sin vitaminas, girando sobre sí mismo como un motor loco, y a merced de cualquier opinión vagamente expresada por un compañero de oficina, un entrenador de fútbol o un concejal de urbanismo.
Mis hermanos siempre han sido ávidos lectores, sobre todo cuando eran niños. Mi hermana leía todo lo que callese en sus manos. Cogía la Sata Biblia y se sumergía en ella- a pesar de ser hoy agnóstica convecida-. Era calcada a ti en sus hábitos de lectura: los recreos del colegio, el viaje a casa en autobús,el ratito antes de comer … cualquier momento era bueno para estar en compañía de sus libros. Ahora tiene cerca de cuarenta años, recién divorciada y con dos hijos muy pequeños, no encuentra tiempo para nada y, mucho menos, para leer. Es comprensible, no es una justificación. Ama el cine, la lectura, la música.Pero ahí están las horas de trabajo, su familia, su casa…Estoy convencida que uno de sus mayores deseos sería sumergirse en un buen libro tumbada en el sofá de su casa.
Un fuerte abrazo, Paco.
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
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Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
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Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Iosef!, docta la emprenta.
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En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
Francisco de Quevedo
Bueeeeeno, al menos el comentario del concejal será constructivo.
Ja,ja,ja Bien visto