La Voz de Galicia

Estaba dando una clase práctica de escritura. Tengo la convicción de que a escribir se aprende por envidia y se enseña interviniendo en el propio proceso creativo, es decir, mientras se escribe. Y en eso andaba, viendo las pantallas de los alumnos mientras escribían. Al principio, les molesta. Luego, les gusta. Le pregunté a una chica qué verbo era aquel. Dijo que el verbo “transgiversar”, cosa que ya sabía porque lo estaba leyendo en su pantalla. Le dije que tal palabra no existe. Se volvió hacia mí con aire incrédulo. Así que le mandé buscar en el diccionario que debería tener abierto en otra pestaña. Claro, el verbo no aparecía. “¿Cómo se escribe, entonces?” Contesté que ‘tergiversar’. Lo buscó en el diccionario y las acepciones que daba la Real Academia no le satisficieron. “Es que yo quiero decir ‘romper algo’”. Comprendí que se refería a ‘transgredir’ y se lo dije. Pero insistió en que había oído muchas veces el verbo “transgiversar”.
Si la cosa hubiera acabado ahí, me hubiera parecido normal, propia de cierta cabezonería estudiantil, pero entonces el chaval de al lado, que estaba con la oreja puesta, dijo: “Pues yo también lo he escuchado muchas veces”. Se me escapó un taco en medio de la risa. Un taco de impotencia.
Por la tarde se lo conté a alguien y no se extrañó. Me dijo que ese verbo y otros similares comparecían a menudo en las tertulias televisivas que ventilan las intimidades de los famosos y que, cuando un presentador trataba de corregirlos, se producían reacciones similares a las de mis alumnos. Empiezo a entender quién manda en la educación pública.