Así comienza la última columna en Nuestro Tiempo. Se publicó hace ya semanas, pero…
Cuando, como esta mañana, me cuesta ser optimista, pienso en mi padre. Sé de una vez que lloró. Lo sé por mi madre, que me lo dijo un tiempo después. Seguro que lloró otras veces, porque no le faltaron motivos graves, pero tengo que esforzarme mucho para recordarle sin su sonrisa medio pícara. Lo consigo si, por ejemplo, pienso en su concentración la hora de leer el periódico o mientras hacía cuentas, es decir, logro verlo serio si lo imagino solo y trabajando. Pero si estaba con alguien, salvo discusiones menores, sonreía. De entrada, sonreía al desconocido, al familiar, al que no entendía –porque oía mal, era casi completamente sordo desde poco antes de cumplir los cuarenta. Sin embargo, vivía y se movía como si oyera, sin rastro de susceptibilidades ni amarguras ni sospechas, quizá porque andaba muy concentrado en lo que le importaba: sacarnos adelante.
Por cierto, la anterior tampoco la publiqué. Se titulaba «El negocio».
E non o puido facer mellor, Paco.
(Ás probas me remito: aí están os froitos do seu paso por este mundo, de costume tan triste.)
Pero hoxe é un fermoso día para el. Estou seguro de que lle gustou moito este artigo. Que el leu, por certo -e diso tampouco me cabe dúbida ningunha-, antes que calquera outro.
Paco gostame moito.
Paco, ahora entiendo por qué soy -o me considero- tan optimista! Aparte de por las razones que ya reconocía, porque vengo de familia numerosa. Tomo nota entonces para que mi descendencia, cuando llegue la hora, también lo sea. Un artículo muy emotivo. Me gustó.
Excelente artículo para estos tiempos que corren.