Es lo que nos faltaba: una crisis económica brutal que, en el fondo, nadie entiende y nadie sabe corregir. Andábamos ya suficientemente confundidos, pero disimulábamos un poco dormitando en un bienestar que ahora se va por el desagüe. No sabíamos muy bien qué nos pasaba, qué nos gustaba, vivíamos instalados en una neblina dulce, juzgando a base de titulares, de argumentos comprimidos, de respuestas prefijadas en función de la identidad ideológica que nos atribuíamos, sin complicarnos, sin pensar por cuenta propia, pero creyendo que lo hacíamos. Y de pronto, toda esa inanidad, toda esa niebla se levanta y descubre el yermo: los de izquierdas dicen cosas que siempre han dicho los de derechas, y los de derechas se oponen, los sindicatos ya no saben si es peor convocar una huelga y que no les vaya nadie o no convocarla y que les acusen de pasividad y complacencia con el gobierno. Y nosotros, cada día más solos. Nos hemos vuelto solitarios-gregarios: gente que vive sola, que comparte sus problemas con locutores de la madrugada y que siente más que piensa. Los viejos marcos ideológicos, que parecían de cantería cuando teníamos euros calentitos, se han convertido en churros de plastilina, con los colores entremezclados. Manda lo imprevisible, ya no sabemos qué pensar y pasamos de una idea a su contraria en el plazo de horas. La realidad, además de tozuda, se ha vuelto enigmática, porque para entenderla no bastan el mero sentimentalismo ni la adhesión rutinaria a cuatro esquemas más o menos elementales que, encima, se han desevencijado como un techo viejo, lleno de goteras, que ya no abriga.
La buena noticia es que ahí reside la gran oportunidad: la de adelgazar y espabilarnos, la de esforzarnos de nuevo y recuperar la pasión por comprender (en todos los sentidos), la de ponernos a vivir para algo. O mejor, para alguien.
No hace mucho, me llamó la atención un video, en donde un grupo de animales se comportaban como borrachos después de ponerse ciegos de un fruto que madura en un árbol africano. Aparecían varias especies de animales y todos tropezaban tambaleantes, algunos se caían, otros saltaban repentinamente. De alguna manera, la burbuja financiera, turbó nuestros sentidos y aunque todos teníamos una intuición de que aquello no podría durar, nos comportábamos como aquel amigo que después de tomarse demasiadas copas, quiere seguir bebiendo y además se empeña en conducir. Podría ser que ahora nos encontremos en la fase de la resaca. La realidad se nos desvela por momentos, turbada todavía por las cosas que no hace mucho prevalecían en nuestra vida de borrachos. Estos como los niños mal educados, se insultan, se enardecen, ni siquiera tienen dolor cuando se golpean, porque los efectos narcotizantes del alcohol alivian los dolores, eliminan el instinto de supervivencia, inhiben el sentimiento de ridículo y todo rastro de sentido común.
Creo como Paco, que mucho de bueno también nos reportará el que se acabe la fruta causante de aquella borrachera. Entre muchas razones, yo destacaría que ahora nos tendremos que ganar la alegría por nosotros mismos, que tendremos que aprender a hacer cosas que antes no nos interesaban y que sin embargo acabarán dándonos grandes satisfacciones. Quizás aprendamos a ser más autónomos, más emancipados de las tutelas del Estado, y por esa misma causa, más libres y responsables, pues la responsabilidad es la única que nos da la dignidad, el recato y la mesura que nos alejan del comportamiento de los borrachines. Dejaremos de “esperar a Godot”, a ese -no se sabe quien- que arreglará las cosas. El mundo esta muy mal, no hay quien lo arregle -se decía-, otros seguían esperando a un redentor. ¿Podría ser Obama? Se pensaba. Mientras esperábamos nada hacíamos. Godot nunca viene, pero ellos no los saben, por eso siguen esperando. Los que se han echado a andar o nunca se han parado, han colmado su vida de expectativas, han alcanzado la satisfacción de hacer algo por si mismos, aunque solo fuera plantar una lechuga. Quizás en ese momento aprendiéramos que la felicidad es un ave asustadiza que se posa en la sonrisa de nuestro prójimo. En ese día quizás se acaben las incongruentes posiciones estéticas de quien actuaba de una manera irresponsable, y aplaca su conciencia participando un telé maratón petitorio para una causa solidaria o mandando un SMS a un euro. Cuando entendamos que tenemos que hacer las cosas nosotros mismos, que nada nos salvará ni los decretos, ni las disposiciones gubernamentales, empezaremos a pensar como la Madre Teresa, cuando decía: No puedo salvar a todo el mundo, pero salvo a esos niños desnutridos que tengo delante de mi puerta.
Como ocurre con los animales cuando pasan los efectos embriagadores, recuperaremos la dignidad, dejaremos de enardecernos, de dar saltos titubeantes. Lo malo del asunto es que cumpliendo un ciclo inapelable, el árbol volverá a dar sus frutos y el hombre como ocurre desde que tenemos testimonios, desde los tiempos de Cicerón o de Tiberio, tal como describió Kondratief, volverá a ponerse morado cuando al final del próximo verano florezca nuevamente el árbol que la el fruto que provoca las borracheras y pocos podrán resistirse a tan tentador éxtasis, pues como ocurre con el proceso de elaboración, del vino: Uno se lo toma y en seguida se lo olvida.
Profe as veces penso que si cada un de nos fixeramos o que nos corresponde, pagar os impostos, educar aos nosos fillos para que sexan cidadáns solidarios e non egoístas, non aceptar facturas sen IVE, denunciar cando percibimos corruptelas, e enriquecementos desproporcionados, man dura cos narcotraficantes e corruptos políticos requisando llelos os bens obtidos de xeito impropio, que as condenas a estos individuos sexan examplerizantes. Facer reformas serias nas normas dos bancos a nivel mundial para que non xoguen cos cartos e as vidas da xente traballadora. Entón si empezariamos a reformar esta crises de sistema e valores.
Xa sabes eu teño certa querenza polo cidadán Maximilien François Marie Isidore de Robespierre
Prometeo: tu comentario es mucho mejor que mi columna.
Un abrazo, Robesp…, digo Xoán. Concordo.
Muchísimas gracias por el halago inmerecido. Un gesto de humildad que hace más grande si cabe, al que ya es grande y ennoblece más al que lo expresa que a su destinatario: En este caso un simple chapucillas. Prueba de ello, es lo bien que lo explica una sola frase de Gandhi
“Sed vosotros el cambio que deseáis ver en el Mundo”.
Porque no son los poderosos, ni las fuerzas ocultas, ni los políticos ni los ladrones y corruptos los que ensucian el Mundo de destrucción, de injusticia, de avaricia, de tortura ni de fealdad.
Es nuestra cobardía, nuestra pereza, nuestra inseguridad y nuestro egoísmo quien lo hace.
¿borras comentarios?, vaya profesionalidad.
Viva Saramago, que ya salió la mafia vaticana.