Estaba dándole vueltas a cómo escribir una columna positiva y animante para los tiempos duros que nos han tocado —que nos hemos buscado— sin hozar en lo de siempre, y me acordé de la lección inaugural que impartió este curso mi amigo Luis Ravina Bohórquez, director del área «Pobreza y Desarrollo» del Centro de Investigación en Humanidades de la Universidad de Navarra. Planteaba en aquella conferencia propuestas atrevidas para nuestro modelo económico, pero yo me quedé con una consideración casi marginal: «Los seres humanos solemos pensar que si tuviéramos más dinero seríamos más felices», decía, para desmentirlo inmediatamente, siguiendo estudios concienzudos de otros autores: «Un incremento brusco de la renta, por ejemplo, cuando nos toca la lotería, no produce un efecto duradero, nos adaptamos en unos cinco años. Sin embargo una pérdida importante de nuestra salud o la separación matrimonial tienen efectos duraderos en nuestro índice de felicidad”.
Supongo que se podrá afirmar también lo contrario: una caída brusca de nuestra renta —algo que ya le ha sucedido, por lo menos, a unos nueve millones de españoles— o del nivel de los servicios que disfrutamos tampoco debería producir un efecto duradero en nuestra felicidad o infelicidad. Es cierto que resulta más fácil acomodarse a lo bueno que sobrellevar lo malo. Hace falta más virtud y coraje para lo segundo que para lo primero. Pero de la adversidad, si no te tumba, siempre se sale robustecido. «No hay mal que por bien no venga», reza el viejo refranero. Y en este caso acierta.
La crisis, afrontada con gallardía, sirve para adelgazar muchas grasas físicas y mentales, para darnos cuenta del tiempo perdido discutiendo bobadas, para retomar lo que verdaderamente importa, para querer entendernos y, con los sacrificios necesarios, salir juntos de este feo embrollo. Y a lo mejor conseguimos un «índice de felicidad» más alto y duradero.
El pdf de la conferencia puede verse aquí : www.unav.es/noticias/leccioninaugural0910_a.pdf (por alguna razón, no me deja embutirlo).
Otra cosa: dentro de diez días se celebrará en A Coruña el 45 Congreso de Aedipe, que lleva por título, precisamente, «Felicidad en el trabajo».
100% de acuerdo. Es más, creo que el dinero es incompatible con la felicidad.
Sí, pero quién dijo: Prefiero llorar en un Rolls que reir en bicicleta.
No es verdad, pero lo malo es tener que comprobarlo para estar de acuerdo.
Como Nacho, suscribo en su totalidad el contenido del artículo y, tambien como Nacho, creo que el dinero, cuando se posee en exceso, es un peligro para la felicidad, pero tambien estimo que lo es la carencia del preciso para atender las necesidades vitales de las personas. A lo largo de mi vida he conocido muchos casos en ambos sentidos.
MIS TEORÍAS
– Si bien el dinero (por si mismo) no da la felicidad, su carencia tampoco.
– Cuando tenga el dinero suficiente para darme cuenta de que no da la felicidad estaré en condicciones de opinar. Lamentablemente sólo conozco uno de los aspectos de la teoría.
En una ocasión me encontraba en la parada del autobús. Jugaban no sé qué equipos en Riazor y los autobuses pasaban cada mil horas. Era un atardecer lluvioso y frío, y el paraguas no fue suficiente para evitar que mi ropa se empapara. Maldije la pobreza, y una vecina del pueblo, que también esperaba el autobús, intentó tranquilizarme diciendo lo que jamás creí: Ana, considérate afortunada, hay gente con mucho dinero que tiene una enfermedad incurable y de poco le vale su poder adquisitivo. Me faltó tiempo para responderle que la pobreza no era sinónimo de salud. Todo lo contrario.
El adinerado que desee dejar de serlo tiene la solución en su mano. En cuanto a mí, espero el momento de poder opinar con conocimiento de causa. Mientras tanto, he dicho!
De acuerdo con todos, pero si nuestros trabajos ofrecieran un ambiente de felicidad, nuestra empresas serían más competitivas y podrían afrontar mejor esta época de crisis.
Felicidad no entendida como «buenismo» sino como optimismo, tolerancia, apostar por el talento y su formación continúa, trabajo en equipo, flexiilidad para adaptarse a las exigencias del mercado, y objetivos realistas.
¡La responsabilidad de generar este ambiente es de cada mando o jefe!
Si lo hace, mejorará su competitividad un 30%. ¡Casi nada!
Es buena verdad aquella de los clásicos –varias veces citada por un servidor en este foro-:
Paradoja de la vida es: que las cosas buenas a los malos hacen más malos y las malas a los buenos hacen mejores.
Siempre que pienso en la felicidad y la pobreza, pienso en los aruacas de los bohíos de Yumurí. Apenas podían garantizar el sustento del día siguiente, pero el presente era una fiesta. Quizás me pasaba algo así, cuando estudiaba y apenas tenía unas pesetas. Tan pocos caudales, parecía que me quemaban en el bolsillo y quizás por eso, tenía que gastar sin demora la última moneda. Cuando tienes para el futuro, empiezas a preocuparte por el y dejas de vivir el presente. Creo que para alcanzar la felicidad, hace falta un poco de inseguridad, no es la rutina y la opulencia lo que nos la da, sino la ilusión en el advenir, en lo que nos depara cada recodo del camino. Sin embargo siempre buscamos la seguridad, poder predecir las amenazas que nos esperan agazapadas en el futuro. Si alcanzamos esta seguridad, empezaremos a preocuparnos por perderla o en hacerla mas grande.
Dicen que se podrían destacar del estoicismo dos cosas. La primera de ellas es obvia, la vida es una aventura y si queremos vivirla, tenemos que estar preparados para el éxito y el fracaso. Un marinero es un estoico, cada día se enfrenta a la “suerte” de un lance afortunado o el naufragio. Cuando te preguntan sobre una travesía, suelen incidir en el tiempo: ¡has pillado mal tiempo?, pues si pasas mucho tiempo en el mar, te darás cuenta que pasarás momentos buenos, malos, regulares y muy malos. Pero el marinero como el estoico acepta mansamente su destino, incluso el naufragio como una cosa más que nos depara el destino y al que no queda más remedio que someterse. No podría vivirse en un medio natural tan poderoso y adverso si no fuera con esa mentalidad.
También define el estoicismo, la constancia de que solo se puede alcanzar la felicidad a través de la felicidad de nuestros semejantes. Recordar cuando hacéis felices a vuestros amigos, cuando hacéis reír y sentirse orgullosos a vuestros padres o hijos. La felicidad es un ave asustadiza que se posa en las sonrisas de los que nos rodean. Incluyo incluso a los animales o plantas con las que convivimos. Mi familia y yo somos felipístas y cinófilos (no tiene nada que ver con el líder socialista ni el cine, simplemente nos encantan los animales, especialmente los perros y los caballos.) Nos encanta acariciarlos, procurarles una vida feliz. Eso siempre nos cuesta, nos obliga a esforzarnos, pero nos llena de alegría.
Cuando todas las semanas me encuentro con las madres de niños con graves lesiones neurológicas, me llenan de vida sus risas, me emociona su heroísmo. Si ese día he hecho algo para ayudar, es la felicidad completa.
A mí me gusta la bienaventuranza de «Dichosos los pobres porque ellos formarán el Reino de los Cielos».
Desde la adversidad se puede alcanzar la felicidad, lo dice Paco, «de la adversidad se sale robustecido».
Me da la imprensión que de esta crisis saldremos con más ambientes félices. Sí, pero desde ya, empecemos a generar esos ambientes a nuestro alrededor más cercano familia y trabajo.
En estos tiempos oscuros que vivimos, cualquier apunte de optimismo es bienvenido.
¿Y cuándo una columna para afrontar con optimismo el paro?
Me temo que la consecuencia más grave de la crisis no es tan sólo la pérdida de ingresos, sino la pérdida de un puesto de trabajo que no se puede sustituir con otro puesto de trabajo porque no existe. Y pasa un día y otro, un mes y otro, un año y…
Por cierto, el comentario anterior viene a cuento de una conversación tras leer esta columna en La Voz. Dicho sea de paso, nos gustó mucho ésta, pero echamos de menos la otra, la de ‘paro y felicidad’.
Estimado Paco:
Tu entrada, como siempre, buena. La apreciación: «…—que nos hemos buscado— «, no es acertada, sino que fruto de la ignorancia de la realidad de los españolitos de a pie.
Perdona la crudeza de mi afirmación.
Pero la realidad es otra distinta, muchas realidades dependiendo de la renta disponible.
Imaginemos un trabajador. Mileurista para más señas. Año 1996. Sí, sí, año 1996; por que esto no es de ayer por la noche.
La vivienda …comienza su ascenso progresivo … el país empieza a andar … el euribor comienza a bajar…. el Presidente del Gobierno se codea con los grandes … todo rosas … todo cava…
No. En absoluto.
La vivienda, su acceso, supone cada vez más porcentaje de la renta disponible … empobrecimiento se llama.
Se comienzan a dar alarmas: la pobreza y la pobreza extrema se incrementa (no lo decía yo, sino Caritas).
Los bancos dan dinero, es cierto. Total, dan préstamos para bienes que a los tres meses han aumentado el valor por encima del préstamo. No les importaba a los bancos quedarse con el piso, ganaban dinero igual.
El que disfrutaba de ahorros, rentaban como nunca.
El mileurista (no hace falta imaginarse al de menos sueldo), pasan los años, y su vivienda, la vivienda, el alquiler, sigue subiendo;la bonanza es para otros… y llega, con otro gobierno, la subida del euribor: de golpe el préstamo, la vivienda se duplica, se triplica en casos. La deuda se come la cesta de la compra.
El que tiene capacidad de ahorro, gana más a más intereses.
Llega lo inesperado: quiebra del sistema económico mundial.
El mileurista, en quiebra técnica desde hace años, es pasto de las entidades financieras.
Para sobrevivir estos últimos años ha recurrido a lo único que se le brinda: más endeudamiento. O sea, más intereses en depósitos para aquellos que tiene dinero.
No había problema: tenía trabajo, si no paga tenemos su piso, su sueldo, su vida.
Ahora el banco se retrae, no cede, reclama lo que es suyo: todo.
La quiebra del trabajador ha recibido su golpe final. Se piden cuentas.
No veo los años felices. Caritas anuncia que no es capaz de absorver el más de 20 % de pobres que hay en España, que acuden a ella. Los dramas se repiten. Sólo se quería una vivienda, una casa, un techo … y eso ha volado .. y la solución al mileurista: ¿una reforma laboral?.