Lo normal es que haya tiempos buenos y malos, de abundancia y de penuria, de tempestad y de calma. También es normal que haya gobiernos mejores o peores y que, de cuando en mucho, aparezca uno excelente o pésimo. A nadie le extraña que la patronal tenga, como cualquier organización humana, gestores más o menos presentables y que, de pascuas en ramos, surja uno impresentable. Tampoco es raro que los sindicatos mayoritarios se comporten de un modo sensato y que sufran solo esporádicamente la dirección de líderes sin sentido común. Ocurre lo mismo con los partidos políticos en general, y con el principal de la oposición, en particular. O con la prensa, el poder judicial, etc.
Lo raro es lo que nos está pasando ahora: que nos toque todo lo malo a la vez. Un pésimo gobierno que nos ha llevado al abismo. Una oposición que no es copartícipe de la mendacidad y la falta de rigor del gobierno, pero sí de no haber sabido defender su criterio ni de ponerse de acuerdo para hacer entrar en juicio a un presidente desnortado; sin contar, para el caso del PP, los problemas intestinos y de corrupción. Una patronal cuyo portavoz carece de la más mínima autoridad moral y al que más le valdría dedicarse por entero —le deberían faltar minutos— a sus propios asuntos y, muy especialmente, al futuro de sus empleados. Unos sindicatos que, haciendo cuña con la misma madera ideológica del gobierno, han sido cómplices en la tasa descomunal de paro que padecemos y que, además, tuvieron la fineza de mandar en público «a su puta casa» (sic) al Presidente del Banco de España por insistir en la inevitable reforma laboral. Una prensa atrincherada y unos tribunales desacreditados.
Nos han tocado todas las papeletas. Quizá Duran i Lleida tenga razón. Quizá haya que pensar en un gobierno fuerte, de concentración, para salir de esta.
Ja, Paco, ¡qué catastrofista!
Quizá te falta la más importante: la sociedad. Porque muchas de esas papeletas no nos han tocado, así, como por arte de magia, sino que las hemos elegido. Las elegimos al votar, al comprar un periódico «atrincherado», al endeudarnos, al confiar en los sindicatos, al no quejarnos como consumidores, al callar una y otra vez ante la ideología dominante, al conformarnos con que otros solucionarán nuestros problemas, etc.
Por eso, más que en el gobierno de concentración yo empezaría a mirar en cómo recuperar el vigor de la sociedad civil.
Saludicos.
Me consuela pensar que entonces sólo quedan los boletos buenos. ¡Uf! A ver cuándo se inicia la primavera y asoman los brotes verdes. Si alguien tiene alguna idea para ayudar a adelantarla que nos lo diga.
Profe estou de acordo contigo, mais onde están os políticos que poidan facer un goberno de concentración, si as cúpulas dos partidos están dirixidas por mediocres.E os remedios que aplican xa están caducados.No fondo é un problema da sociedade na que vivimos que é como a súa clase política, mediocre.
Llego desde la huella digital a este estupendo artículo. De acuerdo al 110%
Desde logo, polo camiño este non imos moi lonxe.
Así que en algo habería que pensar, digo eu.
La necesidad de una gran coalición es urgente e inapelable… Creo que tienen que enterrar el hacha de guerra por un tiempo aprovechando para sacar adelante pactos como la necesaria reforma laboral, la educación, la sanidad, las pensiones –pues parece que el pacto de Toledo es insostenible-. Si no es así, el Gobierno tendrá que hacer si o si, los deberes forzados por nuestros socios europeos, mientras tanto la oposición intentará desprestigiar aquellos para obtener réditos políticos. Por otra parte, esta rentabilidad le resultará efímera cuando obtenga el poder y se vea forzada a hacer lo mismo que criticaba.
Sería una oportunidad perdida y un desastre para todos. Por el contrario, si sacamos cosas adelante y los grandes partidos y agentes sociales se comprometen a respetarlas, quizás podríamos decir aquello de que no hay mal que por bien no venga.
Querido Paco: Acabo de leer «Miguel Delibes. In memoriam» en NT y cómo me ha gustado. También me alegra que cites algunas de las obras de Delibes porque no todas son iguales. Yo también recuerdo la primera que leí. Fue el «Diario de un cazador». Me sirvió de anestésico, un dia de nevada, mientras viajaba en La Roncalesa (¿?) entre Pamplona y San Sebastián. La lástima es que cuando terminé el libro me puse nervioso -hasta ese momento había estado absorto- porque estábamos parados por la nieve. El revisor o lo que fuera le decía al conductor: «Nó teníamos que haber salido, como han hecho los demás». Hace poco he recuperado el «Diario de un cazador» gracias a Iberlibro. Sería muy bueno hacer un trabajo de investigación linguística sobre este libro. En sentido contrario tengo por ahí a medio leer el «Diario de un emigrante» y no me engancha. Me gustó mucho la «Señora de rojo sobre fondo grís» y comprendo lo que cuentas sobre sus «negruras» ¡cómo no! A veces cuando has visto la película te retraes del libro. Es el caso de «Cinco horas con Mario» que había visto en el teatro y me gustó mucho más en libro. Y también es el caso de «Los santos inocentes», que tengo pero no he leído. Al pensar en este libro no puedo evitar ver a Alfredo Landa. Tenemos que volver a hablar sobre la obra periodística de GGM, que me parece perfecta, y sin embargo sus novelas no me dicen mucho. También he recuperado en Iberlibro «Personajes» de Indro Montanelli. Yo en el servicio militar leía a Chésterton. Dice mi mujer, con mucha gracia, que llevábamos una vida tan disciplinada fuera del cuartel que para nosotros la mili era un relax. Y es verdad. Te abraza. JUAN.