Así arranca una noticia de hoy en La Voz:
Elegían a sus víctimas entre los narcotraficantes de la ría de Arousa porque sabían que difícilmente irían a denunciar sus tropelías a las fuerzas de seguridad. Por eso, la banda desarticulada recientemente por la Guardia Civil extorsionaba a narcos, a los que amedrentaban con palizas e incluso retenciones ilegales para conseguir su objetivo, que era el dinero fácil. Generalmente a sus víctimas no les faltaba, e incluso se lo servían en efectivo, pero si en ese momento no tenían calderilla a mano, los extorsionadores se conformaban con cobrar en especies, y se llevaban la droga.
La Guardia Civil detuvo por este motivo a diez personas, relacionadas con los clubes de alterne de la provincia de Pontevedra. Los autores materiales de los secuestros y palizas son ciudadanos rusos y búlgaros, pero los cabecillas de la banda son vecinos de Vigo.
Impresionante mezcla de corruptos. O esta otra:
Coté, el falso médico de Ferrol, reclama a sus víctimas 4,5 millones por difamación
Me acordé del artículo La política en la era del desencanto, de Juan Manuel Burgos, que al analizar la desafección política («sentimiento subjetivo de impotencia, cinismo y falta de confianza en el proceso político, los políticos y las instituciones democráticas, pero sin un cuestionamiento del régimen político»), identifica la corrupción como una de sus causas y dice:
La solución teórica a este problema es muy simple: bastaría con que los representantes de los partidos y los gobernantes se comportaran de modo honesto. Pero los políticos, y esto no siempre lo reconocen los ciudadanos de a pie, no son una clase aparte, que provenga de un planeta extrasolar, sino una profesión compuesta de ciudadanos como los demás que han crecido y madurado en el mismo contexto social. Y, si en la política española se ha incrementado el nivel de corrupción, es porque lo mismo ha sucedido en toda la sociedad.
Yo diría que no solo la corrupción provoca el desencanto sino más bien la ineptitud. En todas la profesiones hay corruptos y la política no iba a ser menos. Pero el problema es que la sensación que se tiene es que cualquier inútil puede ser político, que para ser político no hace falta ninguna cualificación especial, y que eso del mérito, en la político profesional, está en un segundo o tercer plano.
Por ejemplo, tenemos un presidente del Gobierno que no sabe ningún idioma además del castellano. ¿A alguien se le ocurre pensar que alguien puede llegar a ser el presidente de una multinacional -porque un país es una multinacional- sin saber inglés, la lengua franca de nuestros días? Eso solo pasa en la política.
Recuerdo, como anécdota, un acto con Fraga en su último año como presidente de la Xunta. Era un acto organizado por la Embajada de Suiza en España y estaba presente el embajador. Tras la presentación de un libro sirvieron unos pinchos -buenísimos, por cierto- y me estuve fijando en como Fraga hablaba con el embajador suizo en un francés fluido en un diálogo fluido, como si ambos lo hablasen de toda la vida. La verdad es que me gustó la facilidad de un señor de 80 años para cambiar de idioma.
Preparación al señor Fraga creo que no le faltaba.♦
En cuanto a la noticia primera, dice el refrán: quien roba a un ladrón, cien años de perdón ( o algo así), je, je
De todas formas, yo diría que es una extraordinaria mezcla de delincuentes. Porque corrupto se supone que es el que se corrompe. Es decir, pasa de bueno a malo. El que ya es malo, pues ya es malo.♦
Comparto lo que dice Juan Manuel Burgos. Creo que en este foro siempre me he expresado en ese sentido… Recuerdo una escena a la que asistí donde un promotor muy importante despotricaba contra los políticos, despreciando sus tragaderas, contando con detalle cómo había entregado un maletín con noventa millones de pesetas a un alcalde. No estaba avergonzado, al contrario presumía de su capacidad para imponer su voluntad, ante un político que se dejaba comprar. Ni cuenta se daba que así el mísmo traicionaba a la sociedad que había dado el mandato a ese alcalde.
Estas actitudes las vemos con frecuencia en nuestro entorno. También me recuerda a un autónomo que criticaba la delincuencia y después no le importaba comprar mercancía de dudosa procedencia, presumiendo de disponer de herramienta seminueva a menos de la mitad de precio, olvidándose que el era un eslabón fundamental de la cadena. Si nadie comprara esta herramienta, no sería rentable robarla. Si no existieran corruptores no exístirían corruptos.
Ahora mismo da la impresión de que el éxito legitima todo. El enriquecimiento ya no necesita del mérito o el esfuerzo para justificarse, es el poder en sí mismo la legitimación. ¿Nos hemos vuelto una sociedad primitiva sin valores, donde se piensa que la desgracia acontece al que se la merece? ¿El éxito legitima todo como en esa interpretación del budismo según la cual los bendecidos son aquellos que acumulan riqueza y por eso en sus sacrificios votivos usan reproducciones de coches de lujo o fajos de billetes? ¿en que medida se debe a esta concepción un regimen tan aberrante como el chino?
Los que no tienen pudor ni se coartan en alardear de su éxito a toda costa, lo tienen claro, para ellos, los valores y las ideologías tienen como única función ocultar la realidad de las relaciones de fuerza económicas que siempre acaban imponiendo la potencia y pujanza sobre la debilidad, lo corrupto o maquiavélico sobre la honestidad.