La Voz de Galicia

Estoy seguro de que la marcha de hoy en Madrid a favor de la vida y contra el aborto será una de las mayores concentraciones de nuestra breve historia democrática. También estoy convencido de que, a corto plazo, servirá de poco, porque el Gobierno no atenderá a razones. No suele hacerlo, no lo hará ahora. Supongo que la estrategia de comunicación ya estará trazada: insistirán menos en que se trata de una convocatoria de los obispos y del PP —algo falso—, para evitar que unos y otros se marquen un tanto excesivo, e insistirán más, supongo, en que la manifestación, en realidad, aglutinó muchos descontentos no solo contrarios al aborto, sino desencantados con la situación general del país, para terminar atribuyéndole la culpa a la crisis económica.
Puede que repitan que la protesta se dirige contra un proyecto que no se conoce bien, sin subrayar que la opacidad en este asunto es culpa del propio gobierno, que desveló el anteproyecto con cuentagotas para focalizar la discusión en las menores, al tiempo que insistía en que se trataba de una reforma moderada. Lo cierto es que las mujeres menos abortistas son precisamente las menores (4,2% del total de abortos) y que esta reforma es la más extremista que se conoce (descontando, como siempre, a Holanda).
Las encuestas realizadas por Doxa, para La Vanguardia, confirman que el rechazo social a la reforma de la ley ha crecido un 17% desde septiembre del año pasado, hasta llegar en mayo a un empate técnico con la opción contraria (46% frente a 47%). Encuestas más recientes apuntan que el rechazo ya es mayoritario. Los datos científicos cada vez ayudan menos a los abortistas y se empiezan a decir cosas hasta hace poco tiempo impensables: que el aborto multiplica por tres el riesgo de suicidio en la mujer, por ejemplo.
Pero el Gobierno sacará adelante su ley. ¿Por qué?, ¿para quién?

(VERSIÓN IMPRESA)