En las discusiones clásicas, me lo recordaban hace unos días, resultaba obligado que quien pretendía refutar a alguien comenzara por repetir la tesis del contrario y pedir su consentimiento. Algo como: «¿Está de acuerdo en que usted dice esto?». Solo entonces empezaba a rebatir. De este modo, ambas partes se aseguraban que discutían sobre lo mismo. Porque el truco retórico más elemental, y menos elegante, consiste en reformular la tesis del contrario del modo que a uno más le conviene, por supuesto sin pedirle permiso, y luego desmontarla graciosamente.
La artimaña puede verse todos los días en el Parlamento y en el rifirrafe mediático. Y para una vez que se da un cierto debate social sobre algo, aparece también la vieja y socorrida trampa sofista. No me refiero a la ministra Aído, que hace lo que puede con sus argumentos: tuvo que claudicar ante las protestas de los discapacitados, y quizá capitule también en lo de que las chicas de dieciséis puedan abortar sin consentimiento de la familia. Rodríguez Ibarra destruía ayer, con mucha malicia, su magro razonamiento: «Si se pueden casar, pueden también abortar».
Pero no me refiero a nada de eso, sino al contramanifiesto que se hizo público el jueves para paliar los efectos del Manifiesto de Madrid, firmada por mil académicos y a la que ya se han adherido, al menos, otros mil. El del jueves lo firman diecisiete investigadores importantes. Me alegró que, por una vez, la discusión se situara en España por encima de la bronca de taberna. Hasta que leí el contramanifiesto. Todo mi gozo en un pozo, porque en lugar de repetir las tesis del Manifiesto de Madrid y refutarlas, se dedican a solemnizar una serie de consideraciones sobre ciencia e ideología que, en buena medida, estarían dispuestos a suscribir los firmantes del otro manifiesto. Supongo que es lo que hay. Pero no parece muy científico.
Para un análisis detallado del contramanifiesto y de sus ponentes, «El País se inventa una élite científica de 14 miembros que no sabe cuándo comienza la vida»
Atualización 6.abril2009: «El aborto enciende a los científicos»
Lo que no parece científico ni honrado es lo que hace El País que dice que un manifesto lo firman antiabortistas y el otro lo firman científicos. Y lo del titular es de risa.
A veces me pregunto si el periodismo existe realmente o es una utopía.
Es bastante desconcertante enterarse ahora de que no hay datos científicos para saber cuándo comienza una vida humana. Está bien la cosa… Menuda élite.
Es para echarse a temblar, esta clase médica,que no sabe reconocer a la especie humana.
En este tiempo de «crisis», sería recomendable que aparcaran estos asuntos científicos y se le conceda al embrión-válido para que algunos quieran experimentar con él- la «presunción de inocencia».Y no decreten su muerte.
Luego, las chicas excepcionalmente se contratan o casan.Es muy peligroso, politizar este grave tema.Y no caer en extremos de muy ingratos recuerdos en Europa.