La Voz de Galicia

Benedicto XVI ha escrito una carta personal a los obispos de todo el mundo para explicarles por qué levantó la excomunión a los cuatro obispos lefebvrianos, en la que  reconoce algunos errores en la gestión de la medida. La he leído con menos calma de la que requiere, pero aún así me ha conmovido profundamente. Quizá porque se trata de una novedad: nunca antes un papa había emitido un documento de esas características. Pero quizá  me ha impresionado más por la humildad que manifiesta y por el sufrimiento que trasluce.
Me refiero al modo en que señala los errores en torno a la medida y a su insuficiente explicación: no conocían en la Santa Sede el vídeo divulgado en internet con las declaraciones del obispo negacionista, y no se preocuparon de explicar suficientemente el alcance del gesto. Levantar la excomunión a esas cuatro personas significa solo una señal de buena voluntad para intentar reintegrar a la Iglesia la Fraternidad de San Pío X («491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles»). Pero no implica que la Iglesia reconozca el ministerio de esos obispos ni la Comunidad lefebvriana.
De la carta se deduce que el Papa entiende el error que se ha producido, pero que le duelen algunas reacciones procedentes de la propia Iglesia: «¿Era y es realmente una equivocación salir al encuentro del hermano  y buscar la reconciliación?¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?» A veces, dice,  «parece que la sociedad necesita un grupo con el cual no tener tolerancia; contra el que pueda tranquilamente arremeter con odio». Un proceder alejado del sentido cristiano, y especialmente doloroso para el Papa si proviene de miembros de la propia Iglesia.
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