La Voz de Galicia
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Con todos los respetos a la monarquía inglesa y a todas las demás, llevo un empacho de  sucesión al trono de órdago a la grande Albión (ttérmino latino ‘albus’, que significa blanco, metáfora para describir los acantilados de Dover  en el sur de Inglaterra de un inconfundible color gris muy claro),.

La  longevidad de la reina Isabel II y su templanza durante el enfebrecido reinado  que arroja guerras mundiales y un sin fin de territoriales, la pérdida del Imperio Colonial, la revolución del 68, la caída del muro de Berlín y de las torres gemelas, la implosión de la URSS, el advenimiento de un neoliberalismo depredador y una pandemia global, arroja  un saldo de setenta años en el trono. Tiempo y convulsiones suficientes como para encumbrarla a la categoría de personaje del siglo,  presente en todos los ecos de sociedad y en muñequitos  solares en Portobello.

Su porte impertérrito durante el siglo cambalache y el frenético XXI, la hizo admirada, respetada y entrañable dentro y fuera de sus fronteras. El vodevil amarillo de los miembros de su familia aquilató  aún más el apego de todo el mundo por esta mujer menuda de estilismo inequívoco, colores pastel y sombreros imposibles.

Pero todo lo que no se regenera degenera, y el alma de funcionaria vitalicia programada por una madre de armas tomar, fue su gran error. Imposible para el sucesor alcanzar el beneplácito de su pueblo, por edad, por su inoportuna historia personal y por su aspecto nada regio. El rey de Inglaterra tiene que ser y  parecerlo, y el envarado monarca tiene una vis de teleñeco del siglo pasado que le hace más que difícil sintonizar con las nuevas generaciones. Se le pasó el arroz de un trono tan vorazmente esperado que no ha sido capaz de abdicar en su primogénito, cayendo en el mismo error que su madre de no regenerar la Corona.

Toda la fantástica pompa y boato del protocolo inglés exhibido estos días no puede tapar  las peripecias vitales y ocurrencias fetichistas del rey aireadas por la prensa del corazón de todo el planeta.

Dios salve al Rey!