Nadie puede dudar del éxito de la Iglesia como organización milenaria, tampoco de ser la poseedora del mejor servicio de inteligencia del mundo con agentes en los lugares más recónditos del planeta y la mejor biblioteca de la tierra.
Un amigo blanco, hetereosexual , católico, taurino y todo lo peor que se puede ser en la rima poética actual, sostiene la teoría de que la longevidad de la Iglesia se debe a que, junto con la mafia, son las dos únicas instituciones que no admiten mujeres en su gobierno. No sé.
Pero algo tiene la Iglesia que fundamenta su presencia a lo largo de los siglos; ningún partido político, ninguna ideología, ningún líder, ninguna guerra, nada la hace tambalearse. Será su carácter divino o el minucioso rigor protocolario , las liturgia milenaria y una precisión relojera en la elección de sus líderes que, pueden ser más o menos populares pero jamás han sido derrocados por oposición alguna, a la sumo asesinados.
Es sorprendente que en tantos siglos no hayan cometido un error lo suficientemente grave como para hacerla desaparecer. Ahí tiene que haber muchas claves. El camino hacia el porvenir pasa por regresar a las fuentes y cada vez que se abre una vía de agua, la Iglesia aplica el mismo pegamento de fe que la hace reflotar. Debe tener una genética parecida a la de la pequeña ameba que estudian en la Universidad de Oviedo, capaz de pasar de anciana a bebé las veces que haga falta.
Se anda estos días especulando en los medios sobre si el Papa Francisco va a dimitir debido a su precario estado de salud (tiene ochenta y seis años). En los corrillos vaticanos suenan los nombres del italiano Matteo Zuppi (66 años) y el filipino Luis Antonio Tagle (65 años), uno arzobispo de Bolonia y el otro de Manila.
La iglesia nunca elige un Papa joven, por algo será; parece ser que desde la muerte de Juan Pablo II se quiere evitar un pontificado demasiado largo, por algo será también. Quizás porque la propensión de la juventud a la impulsividad , la falta de experiencia y sabiduría suficientes no son aconsejable para dirigir un gobierno mundial y además, la Iglesia no contempla más de un mandato por muy santos que sean.
La Iglesia se acoge siempre al aforismo: «buscamos un Santo Padre, no un Padre eterno.
Si comparamos las cualidades de este eficaz gobierno con la de la mayoría de los gobiernos del mundo, las diferencias son palpables y antagónicas. Senectud y brevedad frente a Juventud y lo que haga falta con tal de perpetuarse en el poder. No le duran un asalto.
Se acabó el verano, fumata negra.