La Voz de Galicia
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Una de las fuentes de información más fiables a la hora de saber qué se cuece en la olla de la actualidad son las tiendas de los chinos. En los chinos se vende todo lo que demanda el grueso de la gente y siempre se adaptan al presente, desde parrillas para la barbacoa en verano a los adornos de navidad o los disfraces de  carnaval.

Fui a los chinos a ver de qué iba el terror en el Halloween de esta temporada y estaban abarrotados de disfraces de la serie del Juego del Calamar. Sabía de su existencia pero no se me había ido la mano al Netflix para ver de qué trataba la serie, así que este fin de semana me dispuse a verla. No pasé del primer episodio.

En una primera impresión me pareció una versión coreana, sádica, violenta y desagradable de un juego que en mi infancia, llamábamos «Pies quietos»; en aquellos tiempos de blanco y negro, quien se movía tras la orden de pies quietos quedaba eliminado sin más, en el juego coreano te balean.

En el juego del calamar los malos van vestidos con el disfraz que venden en los chinos, un atuendo andrógino y enmascarado al estilo de otras serie de éxito como la Casa de Papel. Parece como si los malos de hoy tuvieran que ir ocultos tras una máscara inexpresiva y dirigidos por una muñeca siniestra como la Coppélia del ballet de Delibes (los muñecos siempre tienen ese toque siniestro del autómata animado).

En el juego del calamar un grupo de personas con problemas económicos tienen la oportunidad de salir de la miseria participando en un juego infantil dónde al que pierde lo asesinan.

No deja ser una metáfora de estos tiempos plagados de calamares en su tinta/ ruina.