La Voz de Galicia
Seleccionar página

En medicina hace tiempo que se describió el llamado «Síndrome del miembro fantasma», se trata de un cuadro complejo en el que está implicado el sistema neurológico y todo el entramado cerebral que determina la conciencia del esquema corporal.

El miembro fantasma se da en dos tercios de las personas que han sufrido la amputación de algún miembro. Durante un tiempo variable, el sujeto sigue percibiendo el miembro amputado como si aún estuviera ahí, sintiendo dolor y sensaciones disestésicas. Es como si el cerebro no hubiera procesado todavía la información de que una parte del cuerpo ha sido amputada.

Tradicionalmente la psicología atribuía el síndrome del miembro fantasma al recuerdo del miembro perdido que se presentificaba en la mente como real, sin embargo, algunos lo atribuyen  a una reacción psíquica frente a la pérdida en forma de rechazo al cuerpo mutilado que se empeña en mantener su integridad  previa a la amputación.

En estos días de sol desatado estuve leyendo una serie de artículos recopilados bajo el título «Covidosofía» (Planeta 2020) donde varios filósofos especulan sobre las consecuencias de la Pandemia. Uno de ellos, Joaquin Fontanet, hace un paralelismo entre el síndrome del miembro fantasma y lo que el denomina el síndrome del mundo fantasma, haciendo referencia al rechazo generalizado que sufrimos frente la amputación del mundo tal como era antes de la distopía producida por la pandemia.

A tenor del comportamiento observado en este segundo verano de suelta general, dónde los macro botellones, las fiestas desnudas de distancia y mascarillas y el atiborre general de bares y espectáculos amputados es práctica generalizada, la idea de Fontanet me parece acertada.

Nos han amputado el mundo que teníamos pero nuestro cerebro sigue procesando la realidad como si nada hubiera pasado o esté pasando. El escenario no es el mismo, los protocolos de relación tampoco, pero seguimos actuando como si nada hubiéramos perdido, percibiendo emociones de rutinas pasadas en una realidad distinta que obliga a una adaptación que no somos capaces de llevar a cabo.

A fecha de hoy, en Galicia han fallecido de COVID-19 más personas que en todo el año pasado, la realidad de los hospitales, las UVIS y la atención primaria sigue siendo un lamento sin consuelo, pero cada vez se habla menos de ello y las noticias destacan más la recuperación del turismo que las consecuencias que sufriremos en otoño.

Estamos padeciendo un «Síndrome del mundo fantasma», un mundo que ya no está pero que percibimos como si siguiera estando.

Y al igual que ocurre con el síndrome del miembro amputado, duele y no dejará de doler, hasta que seamos capaces de asumir y adaptarnos a la amputación.

O nos vayamos todos al carajo.