La Voz de Galicia
Seleccionar página

Recién estrenada la incipiente nueva normalidad, ha tardado pocos días en retoñar la antigua anormalidad.

Fue disminuir la presión del virus y las gentes mejor paradas retomaron sus asuntos a golpe de misiles y de balas humanas con humo de grifa.

Comenté en este tonel mi visión de la pandemia como un mecanismo de autorregulación sistémico que el planeta ha puesto en marcha para corregir una desviación insostenible de su equilibrio. Esa funcionalidad que hace del virus algo del orden de lo divino, encaminado a salvarnos a todos, por muy paradójico que parezca.

La ferocidad de la pulsión humana sólo se puede mantener razonablemente a raya a través de los límites que imponen los contenedores simbólicos: la religión, los valores, la autoridad, la vergüenza, la dignidad…Cuando todos esos límites se debilitan, cuando Nietzsche mató a Dios y el Instagran nos volvió trasparentes, el único límite posible lo  marca la biología. De la misma manera que el coma etílico pone límite al beber desenfrenado del adolescente, el virus puso límite al desvarío encerrándonos a todos en una condena sin atenuantes.

Fue darnos el primer permiso de fin de semana y empezar a liarla. Fue soltarnos y retomar la partida del Risk dónde la dejamos, incapaces de cambiar de juego.

El virus paró las guerras, el terrorismo, la contaminación,  los accidentes de tráfico, las puñaladas de madrugada y ralentizó los tiempos, acompasó amaneceres y sueños, despertó solidaridades y emociones adormecidas.

Volvemos a lo mismo y me temo que de seguir así, sufriremos una  condena permanente revisable.

Disculpen la auto cita. El 12 de enero del año  0 de la pandemia, escribía en el tonel acerca del mito de Faetón. Lamentablemente el mito se cumplió y cuando el demiurgo cogió las riendas del carro del sol fue incapaz de controlarlo; primero subió muy alto, provocando que la tierra se helara, y luego descendió demasiado bajo, causando incendios y sequías que quemaron la tierra y la piel de los nubios hasta volverla negra. Finalmente, Helios no tuvo otra opción que intervenir para evitar más desastres y lanzó uno de sus rayos al carro para pararlo.

El rayo que lanzó fue un diminuto virus y hoy, me temo, que volverá a hacerlo si el control del carro no lo asume alguien con la experiencia y sabiduría necesarias para evitar más desastres ( muerte del gran Battiato añadida).

Me temo que el auriga que ha de guiar el carro en  forma y camino correctos, no habla en las redes sociales, está jubilado, desencantado, aburrido de todos y no tiene tuiter.

Tendremos que ir a buscarlo y rogarle que salga de la cueva de Zaratustra para ayudarnos a salir de esta locura.

Y Suena Battiato.