La Voz de Galicia
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El cacahuete es originario de América del sur, como han constatado  descubrimientos arqueológicos en Perú y México, donde  se les encontró decorando piezas de alfarería. Fueron portugueses y españoles quienes los introdujeron en Africa y Europa – qué no habrán difundido españoles y portugueses por todo el planeta- y hoy en día son  base de la alimentación de medio mundo y vicio perpetuo de aperitivos y copas trasnochadoras.

Que los cacahuetes son viciosos es algo que he constatado a lo largo de este año cargado «de esa soledad que toca el xilofón para pagarse el alquiler» (Artur Miller, dixit); he visto a muchos amigos   perder el tren del jamón y la tortilla por entretenerse demasiado con ellos cuando la tarde tocaba el xilofón.

El cacahuete no es un fruto seco como muchos creen,  es una leguminosa con vocación de amante del Hades, una planta telúrica que crece  bajo la tierra dónde gesta sus frutos. No me extrañaría nada que Orfeo bajara al inframundo comiendo cacahuetes para rescatar a Eurídice.

El cacahuete es pariente huraño, introvertido y esquivo del garbanzo o los guisantes, gusta de la oscuridad, nace en féretros de cáscara impenetrable y vive amortajado en una piel caoba hasta resucitar en el tostadero, donde alcanza la gloria eterna y el favor de los mortales.

El cacahuete es incierto y travieso, jamás desvela si el parto va a simple, gemelar o múltiple; abrir un cacahuete es abrir un sarcófago que siempre esconde sorpresa en número y sabor.  Es además un alimento de propiedades nutritivas excelentes, con gran poder antioxidante, rico en Cinc y ácido fólico que refuerzan el sistema inmunitario y cuidan del embarazo.

Razones sobran para abandonar las uvas y pasarse al cacahuete en este fin de año de insólitas conjunciones.

Feliz Año Nuevo!