La Voz de Galicia
Seleccionar página

«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos»

    Charles Dikens.

La Sociedad del Bienestar que veníamos disfrutando hace décadas está implosionando merced a la crisis provocada por el Covid-19. Esta no es sólo una crisis sanitaria, económica, política y social, es también una crisis que afecta a todo el sistema relacional humano.

Es mucha gente la que se resiste asumir que, sí o sí, tendrá que cambiar su modo de vida y de relación y cuanto más tarden en asumirlo más pronto se extinguirán.

Mientras la ciencia está inmersa en un  proceso de aprendizaje  para comprender y aprender a combatir el virus de la forma más eficaz, la sociedad en su conjunto está perpleja y desorientada como vacas sin cencerro.

Sólo hay que ver la enorme variedad de mensajes y recomendaciones (muchas de ellas contradictorias), prohibiciones y enfrentamientos que, un día sin otro, salpican nuestro día a día.

Todo ello ha instalado en el bienestar un ambiente raro, tenso y desconfiado, que late tras una aparente normalidad. Cuando la razón no acaba de resolver un problema, son las emociones las que toman el mando de las conductas complicando aún más la situación.

Aparecen entonces los negacionistas que vienen a ser la expresión más clara de la negación de la razón y la primacía de la emoción. La angustia se convierte en ira y la ira se desplaza de la causa que la genera proyectándose sobre los otros, sobre aquellos que la asumen. El conflicto está servido.

Despierta el pensamiento mágico primitivo que distrae la razón susurrándonos la imposibilidad de que nosotros podamos ser una víctima más. Los botellones, el incumplimiento de las normas básicas, las escapadas prófugas que quebrantan las indicaciones de las autoridades como si fueran una pillería con la que conseguimos burlar una realidad que  nos incomoda.

Se agrava la infantilización de una Sociedad acomodada que fía su bienestar al Amo, al señor feudal que nos librará de nuestros enemigos mientras nosotros seguimos danzando y tomando cañas.

Pero los nuevos amos, inmersos también en la perplejidad y la resistencia al cambio, convierten la normal desconfianza inherente a las relaciones de poder políticas en suspicacia -rasgo psicopatológico- que percibe  la razonable confrontación como un ataque de mala fe encaminado a destruir al contrario. La gobernanza serena y eficaz se hace imposible desde esta suspicacia. Véase Madrid.

Han cambiado las normas del juego y parece que todos quieren seguir jugando al parchís y abriendo la barrera cuando sale un seis.

Seguimos jugando al mus pero las señas se interpretan como burlas amenazantes.

Un patio de colegio dónde escasean los adultos que se responsabilicen de sus conductas fiándolo todo al Netflix y enseñando el culo de su ignorancia.