La Voz de Galicia
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Faetón era un hijo del Dios griego Helios. Los cretenses lo llamaban Adymus (estrella de la mañana y de la tarde).

Durante una juerga olímpica  los amigos empezaron a vacilarle poniendo en duda su condición divina y -lloriqueando- fue a mostrarle su indignación a Helios, quien se ofreció a darle lo que quisiera para calmar su congoja. Faetón, cuya ofendida soberbia de niño pijo necesitaba una venganza que aplastara las dudas para siempre, pidió al dios que le dejara conducir el carro del sol por un sólo día.

A Helios se le puso la corona de punta porque sabía que Faetón no estaba preparado para guiar el carro de fuego y el resto de su  sanedrín también opinaba lo mismo. Pero los caprichos, la tozudez  y las manipulaciones propias de los niños hicieron llegar el día en que Faetón se dispuso a montar el carro de fuego ante una multitud  de seguidores que coreaban «Ahora sí».

Despegó el carruaje con la fuerza de un Falcon y a los pocos minutos se desbocaron los caballos haciendo entrar en pánico a Faetón que se mostraba incapaz de controlarlos. Primero subió muy alto provocando que la tierra se helara y luego descendió demasiado bajo provocando incendios y sequías que quemaron la tierra y la piel de los nubios hasta volverla negra. Finalmente Helios no tuvo otra opción que intervenir para evitar más desastres y lanzó uno de sus rayos al carro para pararlo.

Faetón se ahogó en el río Erídano,  sus amigos trocaron la pena transformándose en cisnes y sus hermanas -las helíades- cristalizaron en las lágrimas de ámbar de los álamos que bordeaban el río. Todo por una mala gestión emocional, desde Helios a Faetón pasando por los amigos y   familiares.

El mito de Faetón ha sido integrado con distintos nombres en muchas mitologías, en la cristiana, se relaciona con la figura de otro ser de luz caído del cielo: Lucifer.

El prologo  de cualquier relato mitológico comienza: «OH! Mitos delei…la historia fantástica enseña cómo…», los mitos se crean para dar explicación a verdades que no se ven o no se entienden y tienen un fin eminentemente pedagógico para enseñar cómo resolver las dudas y los peligros de vivir. Tienen lecturas variadas y generan narrativas distintas.

En pocos días  un joven demiurgo -con maneras pero inexperto-

comenzará a dar espuela a los jóvenes corceles de todos los colores aparejados al carro del Sol, confiemos en que no pierda los nervios si se le desbocan. Contemplemos esperanzados las maniobras acertadas que conduzcan el carro de la forma más prudente y que no sea derribado por rayo alguno ni  se conviertan en ámbar las lágrimas de sus amigos.