La Voz de Galicia
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Paseo por la playa mirando el centelleo de las olas que rinden su  destino en el arenal. Algas, conchas, palos, ataúdes de mejillones negros y vacíos, botellitas de agua, bolsas de patatas fritas , vasos de plástico, solitarias colillas…

El domingo echaron en la tele un reportaje sobre los estragos que el plástico está haciendo en el mar, en todo el planeta y en todos nosotros. La lucha quijotescas de unas pocas gentes y  organizaciones dedicadas a limpiar estos excrementos indestructibles que asfixian la mar. Demoledor.

El plástico es uno de los grandes negocios de las petroleras y una metáfora excelente de esta ¿civilización?

Mirándolo bien todos somos de plástico, envoltorios llamativos de mil forma y colores que duran casi cien años. Recipientes de contenidos efímeros cuya trascendencia no va más allá de la orilla del mar.

Amor de plástico, vidas de plástico, cuerpos de plástico, ideas de plástico, una sociedad de plástico saturada de desperdicios plásticos.

Un mundo de plástico imposible de reciclar por muchas campañas y contenedores al uso que se organizen.

La única solución es actuar en el origen, prohibir el plástico como se tuvo que prohibir el plomo, el cobre, el amianto o el carbón antes de que comience el recuento de  consecuencias a todos los niveles dentro del planeta, de los animales y de todos nosotros.

Ya hay un séptimo continente en el Pacífico formado por residuos de plástico cuya agua  alrrededor contiene tres veces más plástico que plancton. El tamaño de esta isla de residuos no es pequeño, varía entre 700.000  a 15 millones de Km2; su influencia contaminante sobre la fauna no le va a la zaga, peces y aves están contaminados y muchos de ellos acaban en nuestros platos para deleite de nuestra civilización de plástico.

Cada bolsa, cada vaso, cada botella, cada colilla, cada envoltorio, cada juguete, cada neumático…todo este mundo de usar y tirar que nos han vendido y hemos comprado alegremente nos lo vamos a comer con patatas de plástico.

Y las vidas  envueltas en el plástico de las redes sociales, igual de imperecederas e inmortales, acabaran descoloridas, acunadas en el vaivén de las olas al borde la playa.