La Voz de Galicia
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En estos festivos primaverales pagados por el sindicato estuve  releyendo al infinito Borges.

De Borges retomé la poesía -siempre que se lee a Borges se descubren nuevas imágenes ocultas-; el argentino tiene un poema  excepcional que titula “Los Justos” en que describe un colage de escenas cotidianas que acaban en una verdad rotunda.

Parodiando el poema que finaliza afirmando que son esos «Justos» que el enumera quienes están salvando al mundo, se me ocurrieron algunos apuntes actuales  que  podrían tentar un final mucho más modesto pero probablemente igual de cierto. Aunque yo lo titularía “Los Raritos” y diría así:

 

Los que resisten teniendo que adaptarse a las nuevas tecnologías, los que saben paladear una buena conversación más que un chiste de wasap, los que hacen el amor sin manuales, los que no saben montar un mueble de Ikea, los que se agobian en los centros comerciales, los que entienden la música como una química y no como una base de datos.

 

Los que leen pensando y piensan lo que leen, los que ven fantasmas a la derecha y a la izquierda, los que sueñan en color, los que se estremecen con una editorial, los que no soportan la telebasura , los que son capaces de darse cuenta que están  siendo felices.

 

Los que le tiran la pelota a un perro, los que  aún regalan flores, los que no creen en nada y se lo creen  todo, los que comen pinchos de tortilla con el café con leche, los que cuidan a los amigos en tres dimensiones, los que no leen un tuit.

 

Los que rinden el orgullo a la fatiga de discutir, los que se molestan en trabajar, los que se cambian de ropa interior a diario, los que comen y hacen pis sentados. Los del chocolate sin culpa.

 

Los que acarician los libros, los que miran  fotos, los que compran el periódico, los que fuman a hurtadillas por la noche, los que no saben a cuanto está el yen.

 

Los que entienden porque sonríen y nunca lo hacen sin entender, los que están de vuelta de todo y no saben a dónde volver, los que  nada esperan y nunca son defraudados, los prófugos de «La Isla» y el  “Salvamé”.

 

Las que ven la silicona en el morro ajeno y la arruga en el propio, los que no saben que es la quinoa, los que nunca tienen los pantanos vacíos, los que pagan, los que invitan, los que tienen la conciencia limpia sin tener mala memoria.

Los que nunca pegan a un hombre caído porque puede levantarse y los que no hablan si no pueden mejorar el silencio.

 

Todos estos raritos  están salvando el mundo.

 

Con permiso de Borges