La Voz de Galicia
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Enseña el mito bíblico como Dios  le pidió a Adán nominar las cosas del mundo y  el Wittgenstein más lúcido que más allá del lenguaje no hay nada. Sólo existe lo que se puede nombrar, aunque esté todo ahí.

Sabía de su existencia porque  lo había oído muchas veces pero no sabía quién era, existía en la experiencia pero no en la conciencia.

Ahora sé quién es, descubrí su nombre, se trata del Theremin, un instrumento musical que rinde homenaje  a su inventor, el físico ruso León Theremin allá por los años veinte.

La vida personal de Theremin es una odisea de las muchas escritas en el atormentado siglo veinte, sin embargo, su memoria perdura por haber inventado un instrumento quántico que se toca con el aire sin contacto alguno. Con la mano derecha  acaricias las notas y con la izquierda el volumen. No es nada fácil saber acariciar así, de hecho sólo existen tres escuelas en el mundo que enseñan a tocar el  theremin en Rusia, Japón e Irlanda.

Las caricias del theremin arrancan  el sonido de un lamento arrepentido, un cántico de sirenas, ángeles y demonios de esos que nos emocionan a veces en la vida y no le ponemos cara pero la tiene, y  la desvela el  theremin.

Su sonido ha acompañado muchas películas de miedo y suspense y en las distancias cortas también ha hecho sus pinitos dentro de algunas  vanguardias, pero resulta extraño su desconocimiento y escasa difusión.

La intérprete más famosa de theremin es la rusa Lydia Kavina, una mujer vigorosa con aspecto de institutriz que arranca melodías al aire -desde Dvorak a la Internacional- en un espléndido álbum de obras originales para theremin.

Quienes no lo conozcan sólo tienen que pasear su mirada por you tube  y  descubrirlo.