La Voz de Galicia
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A finales del s:XIX el sociólogo francés Émily Durkhein publicó un texto fundamental sobre el suicidio categorizándolos en cuatro tipos:  altruista, egoísta, anómico y fatalista.

El suicidio anómico  abunda en sociedades cuyas instituciones y lazos de convivencia se hallan en situación de desintegración o de anómia;  sociedades en transición dónde los límites simbólicos se vuelven borroso y los morales se relajan.

El suicidio egoísta prolifera dónde los contenedores sociales son débiles , sobre todo familia y  religión,  dónde un excesivo individualismo  aísla al individuo del grupo y  le provoca una angustia capaz de hacer despreciar la vida.

Estamos aterrorizados por los últimos atentados suicidas cuya explicación redunda siempre en que son soldados del ISIS que se inmolan por la causa islámica  esperando retozar con las huríes. Demasiado simple, el Islam es una religión de Paz que prohíbe  el suicidio ¿No es una contradicción? El tal Mohamed de Niza era un maltratador, con una vida desestructurada que no se relacionaba con nadie ,se emborrachaba en el Ramadán y que nunca pisó una mezquita.

Los terroristas suicidas, antes que terroristas son suicidas,  son «lobos solitarios» que habitan en sociedades anómicas en descomposición  y que encuentran en la yihad una razón para suicidarse con sentido. El conductor de Niza o el asesino de Orlando son sujetos que previamente han vaciado su vida y encontraron un motivo para llenar su muerte.

Los terroristas suicidas no están locos pero  son individuos psicológicamente inestables. Tienen una pulsión de muerte que van capeando a través de una vida salpicada de equivalentes suicidas. Suicidas vocacionales, novios de la muerte que abrazan la «acción/atentado heroico» para esconder su deseo de morir.

 

 

Fanatizar a una persona no es tan fácil ni tan rápido como se dice,  las ideas fanáticas son como parásitos que infectan al sujeto y necesitan de un periodo de incubación hasta que aparecen los síntomas. La proliferación actual no se desarrolla sólo por contagio sino que necesita de un caldo de cultivo específico. El fanatismo suicida es -la mayoría de las veces- sólo un pretexto para mucha gente ahogada en esta  sociedad líquida que vivimos.

Todas las sociedades tienen sus mecanismos de control para prevenir las conductas desviadas, en occidente fueron la empatía -no hacer sufrir al otro- y la culpa, en la nipona  el honor y en la árabe  la vergüenza. El suicidio/homicidio no tiene la misma explicación en una cultura de la culpa que en una de la vergüenza. El choque de culturas, la falta de integración y la debilitación de los mecanismos de control simbólicos que vivimos, son el ambiente  propicio para que muchas pulsiones suicidas egoístas encuentren la razón para  pasar al acto.

Habrá más.