Juego al cupón desde tiempos inmemoriales, nunca me ha tocado nada pero sigo jugando. Mi madre lo compraba añadiendo la coletilla solidaría y exculpatoria del «así ayudamos a los ciegos». Aunque quiero pensar que mi rutina del cupón es por esa buena causa, no puedo engañarme y fantaseo con que un día me toque y hacer cosas estupendas.
Comprenderán porqué me siento desorientado cuando veo que la ONCE se ha adaptado a los tiempos consumistas y ofrece tal cantidad de juegos que ya no me tiene chiste ser mecenas de los ciegos, porque me parece un abuso y un exprimir el deseo de la gente.
Mi vida y mis fantasías son como la de todos pero a mí no me la cuelan dos veces. Soy de los que asumen que hacer el amor en la bañera y desayunar ostras con champagne sólo es agradable en el cine.
Una vida igual que los que sienten la misma decepción al comprobar que las sábanas de seda -aunque muy voluptuosas y satánicas- son resbaladizas, frías y un coñazo de planchar.
Los que gruñimos cada vez que llenamos el tanque, hacemos la compra, pagamos las multas, los impuestos y tasas por todo, tenemos una vida muy parecida. Una vida a la que no le quedan bien tantos complementos.
Todos somos esa mayoría silenciosa que soporta estoicamente las acometidas de una publicidad inmisericorde empeñada en espolear al deseo y hacerte jugar a todo lo que se les ocurre tras el espejismo de alcanzar una fantasía. Y es que algunos piensan que es normal que los chicos salgan de fiesta con la pajarita puesta y brindando con Martini ; que las chicas bajen del bólido con esos taconazos perfumados de adjetivos sugerentes, o que es normal vivir en una casita con un niño angelical y dos perritos Golden a los que les queda muy bien el cochazo del garage. Fantasías lúdicas.
Muchos hacen el agosto aprovechándose de que el ser Humano es insaciable en su deseo y un jugador nato –Homo Ludens lo llama Huizinga.
Desde Adán hasta el Alekse Ivanovic de Dostoyevski ,todos los grandes jugadores han sido y son grandes perdedores porque todos apuestan desde una carencia.
El Ser humano es un ser repetitivo en las cosas que le hacen gozar; siempre repetimos buscando conseguir el goce definitivo pero este no llega nunca, salvo con el descanso eterno. Este es el motivo de muchas ruinas y sobredosis y el motivo del porqué los franceses al orgasmo le llaman “la petite morte”.
No se confundan -a pesar de lo que digan juegos y anuncios- lo único auténticamente revolucionario en estos tiempos es no consumir.
Y jugar lo justo sin alimentar fantasías inútiles.