La Voz de Galicia
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Dicen que es más fácil pillar a un mentiroso que a un cojo, pero no es verdad.

Lo explica muy bien uno de los nombres más respetados de la neurociencia y psicología evolutiva actual, el antropólogo Robert Trivers. Este científico desarrolla la psicología del autoengaño considerando  que, intentar engañar, es una herramienta universal en la naturaleza; engañan los virus a las células, los depredadores a las presas, las orquídeas a las abejas e incluso dentro de una misma especie se engaña a los congéneres.

Cuando un miembro de una especie quiere engañar a otro, utiliza mecanismos tan seleccionados evolutivamente como los de su presa para detectar la añagaza.

El mecanismo más fino para mentir, lo hemos desarrollado los humanos gracias a que disponemos de una herramienta incomparable como es el  lenguaje. El lenguaje aumentó muchísimo las posibilidades de engaño y también la posibilidad del «autoengaño».

La forma más eficaz  en el arte de esconder la verdad al otro, consiste en conseguir llegar a no ser consciente de que mentimos. El autoengaño consiste en olvidar lo que estamos ocultando. Si lo conseguimos, dejamos de emitir señales no verbales que nos delatan y nos libramos del agotamiento mental que supone mantener una mentira consciente.

La tendencia actual de practicar el autoengaño por los platós y los palacios de justica, puede tener algunas consecuencias catastróficas.

Observo el rostro impertérrito del ex ministro Soria en las sucesivas ruedas de prensa y no atisbo la más mínima señal de contradicción. Soria estaba tan autoengañado, que la verdad que ocultaba la había relegado al inconsciente y hubo que recordársela. Cuando  la verdad se hace consciente también se hace consciente la mentira, y se produce el psique «crak»: Soria abandonó todo.

Pero el autoengaño más inquietante lo observé en la comparecencia desde la cárcel del señor Granados. Sentado como quien  toma un fino, rizitos al viento y polito moderno calado hasta las cejas. Sonriente y socarrón, en un momento de la comparecencia  lanza una mirada retadora y espeta: «todavía no sé porque estoy aquí».

Sólo la falta absoluta de conciencia de sus -cuando menos- contradicciones, hace posible que pueda tener ese aspecto de pinturero agraviado sin que se le mueva un músculo. El señor Granados ha abusado tanto del mecanismo del autoengaño que no se acuerda de lo que ha hecho. A diferencia de Soria, a Paco no le han empezado a enseñar las pruebas que le hagan recordar y ser consciente de su verdadera historia. En cuanto lo empiecen a hacer, el altanero madrileño se convertirá en un mentiroso cojo, como toda la plétora de prebostes que estamos viendo desfilar por los juzgados.

Muy fáciles de coger cuando recuerdan el embuste.