Hace pocos días saltaba a la prensa el caso de una jubilada en Cádiz que osó dar unas clases de macramé por las que Hacienda le reclama un dinero imposible de pagar. Algo parecido ocurre con los escritores jubilados a quienes no se les permite cobrar su pensión al mismo tiempo que los réditos que obtienen por su obra.
Especialmente dramático es el caso de los médicos que trabajamos toda la vida en la Sanidad Pública y a quienes se jubila a los sesenta y cinco años, quieran o no, sin poder ejercer otra actividad so pena de tener que renunciar a la pensión.
Un médico a esa edad está en el zénit de su carrera, muchos compañeros de valía y compromiso reconocido sufren el rigor de una ley absurda y aleatoria -según la España en la que te toque vivir- con la que políticos que no se jubilan nunca, creen ahorrar unos euros sin pensar en los daños colaterales que ocurrencias así tienen sobre los afectados y la sociedad en general.
¿Puede un País deshauciar ese capital de sabiduría e inteligencia colectiva sin echar todo el sistema abajo? ¿Pueden las nuevas generaciones mantener una referencia ética en su formación cada vez más deshumanizada?
Una buena organización social requiere de dosis proporcionales de vigor y experiencia, serenidad y arrojo, sabiduría y ambición.
Y mientras las administraciones no perciben el desastre que generan, muchos compañeros ven interrumpidas sus investigaciones, magisterio, compromisos nacionales e internacionales, proyectos, tesis doctorales, sin otra salida que la perplejidad o la depresión por jubilación.
La depresión del jubilado es una entidad en auge aunque no figure en los manuales de clasificación americanos – quizás porque en la cultura anglosajona no se conciben leyes de deshaucio de buenos profesionales-.
Debajo de todo estado depresivo siempre late alguno de estos tres sentimientos envenenados: la culpa, el fracaso o la pérdida.
¿Qué pierde un médico con más de cuarenta años de experiencia y dedicación en plena lucidez cuando lo deshaucian? ¿Qué hace con su vida cuando su vida ha sido dedicada casi en exclusiva a estudiar, ayudar y aprender de sus enfermos? lo que menos pierde es dinero. Pierde contractualidad social, pierde tiempo, pierde ilusión, pierde el sentido que ha dado sentido a toda su vida. La mayoría de los médicos pasan más tiempo con sus enfermos que con su familia y amigos.
Los que no somos lo suficientemente jóvenes como para saberlo todo, sabemos que el mundo simbólico y las emociones son mucho más poderosos que el mundo real.
Cuando la realidad te despoja vía legal de todos tus atributos simbólicos, la vida deja de merecer la pena y la penumbra depresiva lo cubre todo.
D.E.P
Magnífico post.
¿Qué hacer con la vida? ¿Qué hacer cuando esa «penumbra depresiva» lega a verse próxima?
Ya sabemos lo que se dice en estos casos: no me llega el tiempo para nada, cuánto me alegro de estar jubilado, etc. Mentiras a uno mismo y a los demás, como si los demás tuvieran que aprobar como jubilosa la jubilación del otro y ver estupendos sus viajes en el Imserso o sus proezas en el dominó.
Jubilar a un médico a los 65 años, o a una edad concreta en general, es una estupidez y, curiosamente anti-economicista (¿cuántas resonancias, TAC, etc. se piden de más en la ausencia de médicos experimentados?)
Es cierto que la vida debe seguir y que hay que dar paso a la juventud, pero no es eso precisamente lo que parece perseguirse por un sistema cruel. Más bien, lo que se muestra es que, por decirlo crudamente, lo mejor es morirse, no ser una carga cuando uno supera una edad. Malo si sigues consultando (Hacienda acecha) pero malo también si no lo haces y a alguien se le ocurre pagarte por una actividad creativa, sea pictórica, literaria…
La vejez ciceroniana no se contempla. En realidad, ni a Cicerón mismo le fue dada. Pero, al menos, él pudo hablar hasta el final, hasta que una mala bestia ordenó matarlo y clavar sus manos en unas puertas que debieran simbolizar la libertad.
Amigo Javier: totalmente de acuerdo con lo que dices. Deberían abrir el debate sobre la eutanasia profesional. Tanta estupidez e ignorancia duele demasiado.
Un abrazo
luis