La Voz de Galicia
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En un fragmento de la obra del Bosco «Cristo coronado de espinas» se aprecian varios personajes rodeando la figura del Cristo que representan las tentaciones que puede sufrir el ser humano. De entre ellas, hay una que simboliza una tentación poco tenida en cuenta pero cada vez más extendida en la Sociedad de la información: la falsa certidumbre.
No es la duda sino la certeza lo que vuelve locos a los hombres afirma Federico Nietzche y tiene razón. No es la duda de una infidelidad la que hace enloquecer a quien la padece, sino la certeza de la misma la que puede desencadenar unos celos asesinos ; no es la duda acerca de la culpabilidad de un acusado, sino la certeza de que lo es la que lo va a condenar aún antes de ser juzgado. Tentación a la que sucumbe toda la prensa que alienta juicios mediáticos fabricando conjeturas -cuanto más escabrosas y deleznables mejor- que venden como ciertas para captar audiencia, apoyándose en una cohorte de expertos de todo y de nada que no hacen sino ir a ratificar esas falsas certidumbres, llegando en ocasiones hasta la crueldad y el esperpento.
La conjetura consiste en una afirmación que, al no haber sido probada pero tampoco refutada, se concibe como cierta. En el ámbito del derecho es tarea de abogados y fiscales probar sus respectivas conjeturas para auparlas a la categoría de certeza. En el ámbito de la calle las conjeturas se trasformen en certezas y verdades irrefutables con la misma facilidad con que se apura una caña o el café en una conversación de taberna.
No es fácil calibrar el daño que esas certidumbres de salón pueden llegar a hacer a quienes las padecen, máxime cuando la justicia aún no ha dictado sentencia e incluso aunque lo haya hecho exculpando al acusado. Esos daños son irreparables.
Se puede comprender de muchas formas esa querencia de la gente a juzgar a los imputados en determinados delitos desde el morbo y la certidumbre dónde sólo hay conjeturas. Pero de todas ellas, la más miserable se esconde en la afirmación de mi colega Fernando Colina:» la culpa es una disculpa».
Todos somos potencialmente estafadores, infieles, asesinos, perversos, violadores… nos salva la civilización, la educación y todos los contenedores simbólicos que hemos desarrollado a lo largo de nuestra historia como especie.
Nada inquieta más que ver en el otro conductas inhumanas que son tan humanas como nosotros, que podrían ser nuestras. Culpar encarnizadamente, linchar al acusado haciendo de la conjetura verdad, tildarlo de loco, es la mejor forma de disculparnos a nosotros mismos.
Hay que tener prudencia en estos asuntos. Moderación hasta en la moderación, aconsejaba Heráclito.