La Voz de Galicia
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El verano tiene muchas cosas buenas pero también tiene sus fatigas. Una de las cosas que más me incomoda del periodo estival es el cambio generalizado de la programación de radio y televisión, no sólo porque a uno le rompen sus rutinas, sino también porque los espacios que vienen a sustituir a lo cotidiano presentan todos un formato musico-festivo-playero que resulta empalagoso.
Este verano además de lo anterior viene cargado con la singularidad de que no ha parado la matraca política como es menester en estas fechas para poder sobrevivir lo que resta de año. Entre el juego de tronos catalán y los presupuestos del estado no nos han dejado un respiro y lo vamos a pagar llegado el otoño. Al tiempo.
Otro aspecto negativo del verano es el cambio de paisaje humano que se produce en la calle. La proliferación de tipos en pantalones cortos, camisetas, chanclas con uñas de mejillón al aire y vestiditos ibicencos que pueblan las rúas haga frio o calor resultan estomagantes, más si van acompañados de la botellita de agua y de toda la parafernalia de complementos saludables a los que los omnipresentes consejos médico publicitarios nos obligan: cremas protectoras, gorros, loción antimosquitos, gafas de sol, cinco piezas de frutas… Una mascarada al aire libre de cuerpos bronceados o enrojecidos con toda la casquería al viento.
Aumentan también los individuos cargados de buenas intenciones que comienzan sus vacaciones estivales poniéndose a correr por la playa, andar por los caminos o nadar al alba presos de un apuro incontenible. Da miedo verlos y sin embargo, no se escuchan indicaciones de expertos que alerten sobre esa compulsión deportiva de gentes sedentarias el resto del año. Le pasa al señor a muchos más y nos cuestan un puñado de vidas todos los veranos.
El verano en Galicia tiene otro aspecto singular que también da un poco de grima que es la invasión de los llamados “jode chinchos” -dícese de los enjambres de turistas nacionales que en llegando a esta tierra devoran como locos todo tipo de pescaditos a todas horas- y que la verdad, resultan un pelín desagradables porque parece que vengan aquí a “matar la fame”.
Tampoco resulta confortable sortear la marabunta de niños tuneados con todo tipo de aparejos de supervivencia que, vociferantes e hiperactivos, pueblan los espacios públicos sin que sus padres muestren la más mínima capacidad de control sobre ellos.
Vamos que el verano está muy bien pero no deja de tener un lado oscuro. Sobre todo si además no hace sol y el calor se transforma en bochorno.
Nibil novum sub sole (Eclesiastés 1,9)