La Voz de Galicia
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En la vergonzosa pitada de la copa del Rey, igual que sucede en todos los casos de acoso o mobbing, la tendencia es pensar que las víctimas son culpables de no saber quitarse de encima al acosador. Es como si además se les achacara la debilidad de no saber defenderse.
En toda situación así hay tres agentes implicados: el acosador, la víctima y los llamados testigos inocentes.
El acoso reiterado a los símbolos nacionales de las finales futboleras tiene más lecturas que la simple gamberrada; hay que tener en cuenta que -como ocurre en los casos de acoso- la autoridad siempre la tiene el más malo o el más bravucón. Cuando más tolerante es una sociedad más proliferan los gallitos de pelea. Es lamentable pero es así.

Un testigo inocente es aquel que sabe lo que está sucediendo porque pertenece al mismo entorno que el acosador y la víctima pero no hace nada, mira hacia otro lado o le ríe las gracias al acosador con el fin de ganarse su complicidad y que no le acose a él.

La lucha por conseguir que toda esa manada de clones acobardados deje de pitar a lo que nos simboliza a todos no es fácil.
Existe el problema de tener que trazar la línea divisoria entre lo que es un colaborador inocente y un chivato. Nada repugna moralmente más que ser considerado un chivato, pero :¿cómo diferenciar un chivato de un ciudadano honrado que no tolera que se cometan atropellos en su presencia?.
El mismo fenómeno ocurre con la cansina corrupción política en la que un montón de espectadores inocentes saben lo que está sucediendo y nadie lo dice. En nuestro país se ha instalado una especie de Ley del silencio que recorre todas las instituciones del Estado, desde los colegios hasta la Zarzuela. Eso dice mucho de lo que nos falta para llegar a ser una Nación que se respete a sí misma.
El chivato siempre es un aliado del poder y el poder en el Estadio lo tiene la multitud, de ahí el silencio del resto de los espectadores inocentes, de tantos que callan.
El foco no se sitúa en los que pitan ni en el pitado, sino en esos espectadores inocente, incluidos presidentes autonómicos y jugadores oportunistas.
Si no hay risas ni silencios cómplices no hay refuerzos y el acosador pierde el incentivo que es imponer su autoridad.
Son los mismos que llaman machistas a los que silban a una mujer o racista a los que silban a un jugador negro los que se amparan en el ejercicio de la libertad de expresión para pitarnos a todos. Inocentes chivatos, comparsas de flautistas de Hammelin.
Qué pais!