La Voz de Galicia
Seleccionar página

La tragedia sufrida esta semana en el accidente aéreo de Francia nos ha sobrecogido a tod@s. Medio centenar de muertos es un exceso dificil de digerir a pesar de vivir salpimentados a diario con dramas semejantes.
Accidentes de ese calibre son mazazos inesperados que nos recuerdan de forma súbita que vivimos en un constante peligro de muerte, algo que todos sabemos pero que no nos es grato recordar.
Esta certidumbre humana lleva siempre como heraldo a la incertidumbre del cúando y el cómo. Esa incertidumbre que llamamos angustia.
Nada nos vacuna para que en cualquier momento nos sorprenda la Parca mientras tomamos un café, visitamos un museo, caminamos, , viajamos en coche, en tren, en barco o tomamos un avión. No hay tiempos ni edades invulnerables frente a esta verdad. No hay vacuna frente al miedo. El cerebro funciona igual que hace mil años, igual si te persigue un mamut que si un perturbado estrella un avión.
Toda vida y actividad humana se desarrolla en función de esta certeza de finitud, tanto para pretender controlarla como para querer olvidarla
Accidentes como el de esta semana vienen a recordarnos nuestra fragilidad de forma abrupta, desatando la angustia más o menos adormilada y la empatía con la desgracia del otro.
Pero no sólo ha habido estos días un exceso de cadáveres, también lo ha habido de información. El interés de la noticia es sin duda importante, como importante es saber su causa y sus consecuencias, pero todo lo demás sobra.
Sobran expertos dando opiniones, sobran historias personales detalladas que sólo debiera conocer la intimidad, sobran clases magistrales de aeronáutica y geografía, sobre medios desplegados, sobre vecinos de las víctimas; sobran psicólogos y sobran políticos yendo y viniendo cuando todavía no hay nada sobre lo que llorar y poco que poder consolar. La muerte del otro no tiene alivio inmediato.
Más allá de la tragedia de tantas familias y su sin sentido, no acierto otra razón de este exceso más que la de llenar minutos de informativos y estirar la noticia hasta el hartazgo y la tanatofilia.
No se trata de no querer saber se trata de saber lo necesario, lo demás es un espectáculo excesivo y lamentable.
No es tan difícil ponerse en el lugar de alguien que ha sufrido una desgracia así, para entender que a esa gente no le ayuda nada saberse escrutado en su intimidad, perseguido por los micrófonos, comentado por sus vecinos, abrazado por tantas manos anónimas y tanta solidaridad de plasma.
Déjenlos en paz con su dolor y con su gente, y déjenos en paz a todos los demás con nuestro desasosiego.
Todos los excesos son malos pero estos son peores, estos no aportan ningún alivio.