La Voz de Galicia
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Hace años que me ubicaba en el bando de los que no les gusta celebrar la Navidad. En realidad no tenía motivos para ello, salvo los ideológicos, lo demás son lugares comunes: la pena por los que ya no están, lo disperso de la familia, las angulas imposibles o los cuñados insoportable, no son razones suficientes para justificar esta postura de duelo congelado.

Tal y como están evolucionando las fiestas navideñas esos motivos ya no son necesarios. No valen porque la Navidad que recuerdo no agoniza por esas tristes razones, sino por una sola sinrazón: eso que algunos llaman “Navidades laicas” y que son -en su propio enunciado- una incongruencia.

Las Navidades de ahora son un saqueo injusto de mis recuerdos y de mi memoria. A lo mejor son más posmodernamente correctas, pero yo no puedo serlo, así que he decidido pasarme al grupo de los que les gusta la Navidad; la de toda la vida, la de Portal, villancicos, polvorones y agua para los camellos.

Nos criamos en una nana de mitos y repeticiones que calman nuestra angustia, nuestra incertidumbre y esa fatalidad humana que es a veces la memoria. La memoria enciende el recuerdo pero también la falta.

Avanzamos construyendo puentes de rutinas que nos empeñamos en destruir con cartuchos de dudosa modernidad. Primero fueron los Reyes Magos a los que vengamos mil noches de fantasía aliándonos con un Papá Noel que no tiene ni la mitad de rollo que los Magos. ¿Quién nos mandó cambiar y porqué?¿cuándo nos contagiaron esa idea y para qué? Papá Noel acabó con los Reyes y con los padres.

Luego vino la sustitución doméstica del Belén por el árbol y desde entonces la Navidad es más de Ferrero Roché .
El entrañable follón de organizar en casa la Nochebuena o la Navidad, cada vez se parece más a una comida de empresa o de soledad .
Sustituimos los Chritsmas por estas felicitaciones electrónicas enlatadas, cursis y de prêt a porte que se mandan ahora.
Del asesinato del calvo de la lotería y de la carta de despedidas televisivas de Fin de año, mejor ni hablar.
No hay razones para destrozar la Navidad de siempre. La única razón hay que buscarla en esta lógica desquiciada de inicio de siglo en el que hay que cambiarlo todo y todo puede ser mejor.
En el desmontaje de la Navidad la manipulación multinacional le saca -a nuestra costa- mucha rentabilidad al plagio que son las nuevas costumbres.
A quienes no aceptarán estos argumentos les diré que yo si entiendo los suyos. Todos somos memoria pero no todos tenemos la misma historia.
Así que me voy a escribir la carta a los Reyes Magos.