La Voz de Galicia
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Recibo un Wasap de esos de coña con la foto de un compungido Pujol y el siguiente texto: «No me llaméis chorizo, llamadme Fuet». Me hizo gracia, pero me pareció terrible la carga de enfrentamiento que supone que la gracia esté en poder soportar que le insulten siempre que no sea en español. Sabida la relación que hay entre el chiste y el inconsciente, no digo yo que las cosas no estén así de tirantes, sino no nos haría tanta gracia.
Voy a la peluquería y cuando salgo mi peluquera me lanza un cordial: » adiós, el lunes cerramos». ¿Y hasta cuando estáis de vacaciones? -pregunté cortésmente -. «No, cerramos la peluquería». Me dolió como una puñalada. La misma sensación que cuando cerró mi librero, cerró mi tienda de discos. mi kiosko, la panaderia de Doña Concha o el Bar donde gustaba comer el churrasco los viernes por la noche. Son esas sendas de la rutina a las que estamos acomodados y que si nos las quitan nos desorientan. A mi peluquera la desalojó el IVA, el IBI, la SGAE, las tasas municipales y el alquiler. Algo no se hace bien en este país para que pasen estas cosas y alguien que puede trabajar y vivir dignamente de un pequeño negocio lo acaben desangrando todo tipo de vampiros, incluidos los que comen fuet. Es irritante.
Veo la foto de Rajoy enfundado en un chubasquero «percorriendo os camiños de Armenteira» y un titular que dice: «Quiero comerme unos xurelos y unas xoubas como dios manda». Genial. Otra escena de regresión a las rutinas. La misma nostalgia que desata la tortilla de patata y el jamón cuando se está fuera del terruño, puro cerebro emocional; encontrarse con esas sensaciones es vivir otra vez en un recuerdo que ya no existe. Una paradoja del tipo: «estoy donde ya no estoy». Seguro que Don Mariano saboreará los xurelos y las xoubas con sumo deleite y nostalgia. Que le aproveche.
El bosque de Aokigahara se formó sobre los torrentes de lava producidos por las constantes erupciones del monte Fuji ocurridas en Japón entre los años 800 y 1083. Ha sido fuente de inspiración de más de mil poemas por sus connotaciones malditas y por ser el lugar elegido para miles de suicidas -a razón de uno cada tres o cuatro días-. Los suicidas se adentran en él y se cuelgan con una cinta de seda sin dejar nota alguna.
Para el profesor John Keating del «Club de los poetas muertos» Aokigahara hubiera sido un lugar perfecto. Sin embargo, para un Robin Williams, abatido por la coca y el alcohol, la elección fue un sórdido cinturón de cuero en su dormitorio californiano.
Nada que ver.