La Voz de Galicia
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¿Porqué no contestaste ayer al wasap? Estaba durmiendo, no lo ví. Tenías doble click. No me agobies, estaba dormida. Estabas con Nacho. ¿Qué Nacho? El que tiene colgada tu foto en el Faceboock de ayer por la noche en el Pirata, y pagaste tú…
Vivimos en una sociedad que ha desarrollado un sofisticado sistema de espionaje doméstico. Cualquiera puede saber dónde estás, que has consumido y con quien, qué hiciste este verano, qué te han regalado en tu cumpleaños o a qué dedicas el tiempo libre. Todo eso es posible si llevas instalado el “Kit” de supervivencia del Nuevo Sapiens emergente: un teléfono móvil, una dirección electrónica, una cuenta en Faceboock y una tarjeta de crédito.
Nada más lejos de mi intención que ensayar un juicio de valor sobre este hecho, pero no desprecio otras derivadas del asunto. Hay que asumir el axioma de que cambiando el entorno, el entorno nos cambia a todos. Y son muchos los cambios que se están estabilizando en nuevas formas irreversibles de convivir –no hago juicios de valor-.
Pongamos por caso: ¿Dónde hay más verdad, en el amor de quien te regala un móvil con la función de posición del Google activada para estar contigo permanentemente, o en el del que te exige que la desactives porque no quiere saberlo? ¿Qué emoticón elegir para expresar lo que sentimos? Resulta fácil pensar que el vivir como vivimos está provocando una revisión en la forma y contenido de muchos sentimientos, con sus nuevas claves de funcionamiento y nuevas estrategias de manejo. Cualquier cosa en el entorno virtual exige otras precauciones, desde mentir, comprar, enamorarse o delinquir.
También vivir siendo transparente a los ojos de todos transforma el concepto de intimidad y enajena nuestra mirada. Cada vez se “pasma” menos porque cada vez queda menos tiempo para distraerse de la distracción.
La única alternativa –aparte de la inadaptación o la extinción – es meterse en el armario. Ocultarse, desaparecer del entorno virtual; borrarse del Faceboock, quitarse del wasap, pagar con dinero, no dar el santo y seña a nadie. Es difícil, pero también permite observar el infierno de los Otros -que diría Sartre- sin que te quemen. Despareciendo del entorno virtual nadie te presta atención, nadie te pide motivaciones , ni te suma a una lista absurda de amigos y seguidores; nadie te satura de publicidad, ni te perturba con ofertas tentadoras. Ni se empeña en venderte píldoras para agrandarte el pene.
Lo mejor es hacer lo que decía Josep Plá con esa socarronería elegante del payés catalán: “ Yo, a veces, bajo a la ciudad para mirar los escaparates y ver la cantidad de cosas que no me hacen falta. Y lo paso bomba”.