Fue como cuando Uruguay le ganó a Brasil en Maracaná. Como más duele. En tu casa. Delante de tus narices. Así cortaron los tenistas españoles, con unos golpes de raqueta que parecían tijeretazos de esgrima, el aliento de la pasional y maleducada afición argentina. Feliciano y Fernando, Fernando y Feliciano, tanto monta, monta tanto, estuvieron cumbres. Ni el talento de Nalbandian, al que la grada coreaba como Maradó , pudo con el nervio y el coraje de López y Verdasco. España ya no se arruga nunca. No se despista en la pista. Así fue como tuvimos y mantuvimos un imperio, gracias al esfuerzo y la mandíbula apretada de la fiel infantería. Todos a una. Todos iguales, catalanes, madrileños, gallegos, qué más da. Así ganamos la Eurocopa de fútbol. En equipo. Pase a pase, paso a paso, saque a saque, punto a punto. Las estrellas son bonitas para el cielo, pero si se nubla ya no se ven y no iluminan nada. No hay mejor estrella que un equipo que rema en la misma dirección, como cuando los tercios contaban cabezas en Flandes. Sin Raúles. Sin Nadales. El capitán es el que va a trabajar todos los días, ese es el imprescindible. Argentina sigue con su maldición de no ganar la Davis. El potro se quedó en poni y, manso, comió en la mano de rayo de Feliciano. Y los argentinos se tuvieron que tragar sus palabras de desprecio y su apelación a la sangre. Como decía Baroja, con sangre solo se hacen morcillas. España en el deporte es líder, de la única forma que se triunfa en la vida: sudando.