Las estrellas fugaces lagrimeaban en el cielo nocturno de Arrakeen. Tizas en el encerado de la noche. Y Marcos Fuenterrabia estaba cansado de estar cansado. Sin ganas de atrapar deseos. ¿Se atrapan los deseos o se piden? Harto de pensar que el clima iba a cambiar. Hace tiempo que rumiaba que las olas se mueren siempre contra las playas. Como a veces las ballenas. Y entonces escuchaba a su amigo el atleta de las medias maratones:
–La gente no cambia. Dice que cambia, pero no lo hace. No es mala fe. Es que no se puede. Nos parecemos sospechosamente a cómo éramos de niños. El que se levantaba gandul cuando se medía en el metro pegado en la pared azul, se levanta gandul.
Marcos Fuenterrabia quería rebatirle:
–Y la ¿evolución? Hemos ido mejorando.
Pero el atleta de las medias maratones comentó:
–Mejoran las máquinas. Los aparatos. Nosotros seguimos en nuestra cárcel de sueños y realidades. Y con un carácter que muda menos que la piel. Te lo dije muchas veces, con y sin estrellas, el que busca el conflicto lo encuentra hasta en una noche de estreno.