Estamos colonizados. Ayer era imposible no enterarse de la entronización del nuevo emperador. Las teles con marcadores: faltan tres horas… Es un alivio ver a Obama (el verbo) y no a Bush (el legalizador de la tortura) en el trono. ¿A ver que capacidad de maniobra tiene la paloma Obama entre los halcones del Pentágono en su vuelo azul de transparencia y buenas intenciones? Pero la coronación como una estrella del rock del telepredicador mundial puso en evidencia que Europa sigue siendo una colonia de Estados Unidos. El viejo continente está conectado al respirador de las barras y estrellas.
Así fue que, cuando en vez de dólares nos metieron por el tubo corrupción y desfalcos, casi vamos todos a la quiebra. A este paso, nuestros hijos recitarán la lista de presidentes de los Estados Unidos y no tendrán ni idea de quién fue Juana la Beltraneja. Dicen que su imperio está en decadencia, como el de Roma. Que China se los va a comer con palillos. Pero, mientras, nos tragamos sus hamburguesas y sus películas. Vivimos adosados como ellos. Y ya empezamos a engordar como ellos. ¿Es mejor el billar americano que el francés? Depende. ¿Es mejor una barbacoa que una churrascada? Ni de coña. ¿Por qué esperamos tanto de un pueblo que cree en la extraña mezcla de Dios, las pistolas y Mickey Mouse? Todo es un guión prefabricado de Hollywood: el tren de Lincoln, vasos de Coca Cola con su cara… Lo malo de los sueños es que luego hay que abrir los ojos. Ojalá que no sea a tiros.