Hacía filosofía con unas tijeras. Sin matar a nadie. Sobre un trozo de tela. Nunca se le olvidó el eco maldito de los compañeros de colegio que se reían de él por ser homosexual. Distinto y distante, Yves Saint Laurent nació francés en Argelia un 1 de agosto del 36. Su socio y amor Pierre Bergé lo protegió toda la vida: «Nació con una depresión. No tenía talento para la vida. Pero, si Chanel le dio libertad a la mujer, YSL les dio poder». Era un genio. Reconoció sus problemas con drogas y alcohol. Regresó del infierno varias veces. Era un dandi, que se ocultaba detrás de una gafas enormes. Tenía tan poca vista que fue el único capaz de ver en un cuadro de Mondrian un vestido, que fue mítico. Fue el primero en subir a las pasarelas a modelos negras. Necesitamos más tipos raros como él para avanzar. YSL tenía sentido y sensibilidad. Y decía frases tan hermosas como sus diseños: «La mejor prenda para una mujer son los brazos del hombre que ella quiere. Pero para todas las que no tienen esa suerte, ahí estoy yo». Diseñó el primer esmoquin para una mujer. «Abajo el Ritz, viva la calle», dijo. Estaba de vuelta cuando otros ni siquiera sabían el camino. Me gustan estos introvertidos que solo necesitan mirar hacia adentro para ver maravillas y vestir al mundo. Se fue el sastrecillo valiente. Conocía las sociedades secretas que forman los colores y las combinaba como una escalera de color tras otra. Es lo que tiene vivir en un trapecio, lejos de las cucarachas. «Ojalá que todos los modistos estuvieran tan enfermos como Yves y tuvieran tanto talento», resumió Bergé.
Es la mejor descripción de YSL que he leído. Enhorabuena Casal.