Hacía tanto frío fuera que las farolas parecían bolas de nieve. Di Marco apuró el paso para no quedarse congelado. Si sacabas una mano del abrigo se convertía en garra. Y si los brazos no iban bien pegados al cuerpo pasaban a ser remos. Di Marco sólo quería llegar al bar. En el bar la temperatura era todo lo contrario. Ese calor que sólo se siente en el infierno. Bajabas las escaleras tras saludar al armario de la puerta y una bofetada de aire parecía llegar desde el desierto. Lo único frío en el interior del club eran los hielos para enfriar las bebidas y los corazones de las coristas. No hay mejor manera de terminar unas elecciones que apoyado en la muleta de la barra de un bar.