La Voz de Galicia

Necesitábamos un descanso y no podíamos esperar a las vacaciones, así que la Naturaleza nos ha enviado por fin un poco de sol, la Casa Real una coronación y la FIFA una copa del mundo. Habrá quien piense que son distracciones que nos apartan de lo esencial. Sin duda lo son, pero muy necesarias. Personalmente, agradezco sobre todo que haga sol: lo necesitaba. De los mundiales, suelo ver la final y minutos sueltos de algún que otro partido. De la coronación, no sé.

Quizá me vean cara de monárquico y a otros españoles no les suceda lo mismo, pero en los viajes al extranjero siempre hay alguien que me habla del rey o de la familia real, la mayor parte de las veces en un tono, digamos, simpático o favorable. Mis respuestas producen a menudo perplejidad. Los amigos brasileños, por ejemplo, bromean constantemente con mi falta de pasión monárquica. Antes me miraban con una cara que parecía extrañarse de que no supiera apreciar una herencia lujosa, como si mis abuelos me hubieran dejado un palacio de ensueño y no me diera cuenta de su valor. Últimamente, ya no. Siguen riéndose de mí, pero de otra manera, como si dieran la razón a mi escepticismo.

Pero acabo de cambiar. Y sin haber sido nunca monárquico ni siquiera juancarlista, prefiero que las cosas queden como están. No solo porque tengamos problemas más urgentes que desaconsejan introducir ahora inestabilidades nuevas, sino porque la fórmula se ajusta bien a este país nuestro, tan diverso y tan propenso a la radicalización de las masas, que necesita alguna instancia superior no partidaria que permita a todos andar a sus anchas, estén donde estén y piensen lo que piensen, sin sentirse víctimas o rehenes de nadie.

Publicado en La Voz de Galicia, 14.junio.2014