La Voz de Galicia

Terminó la campaña. Hay consenso en torno a un punto: hemos perdido otra oportunidad para debatir públicamente asuntos que deberían preocuparnos, porque estamos en medio de una crisis que afecta a muchísima gente y justo en esos ríos revueltos pescan de maravilla los extremistas, tanto de derecha como de izquierda. Por aquí podemos tener la percepción de que la extrema izquierda encarna más y mejor que nadie las ideas contrarias a la globalización y, como consecuencia, a la Unión Europea, pero la verdad es que las abanderan con mucha más eficacia Le Pen y los demás partidos nacionalistas de derecha que proliferan en Europa con tamaño creciente: Suiza, Hungría, Suecia, el propio Reino Unido…

La crisis alimenta estos grupos, pero no solo ella. También los engorda el deterioro de las instituciones y la renuncia a la identidad histórica europea, que es fuerte y capaz de aunar, pese a todo, países con personalidades nacionales forjadas a través de los siglos, pero en torno a unos valores comunes ahora menguantes. La crisis y la falta de identidad generan respuestas fáciles, inmorales e inmaduras, ya experimentadas en las crisis previas a las dos grandes guerras: exclusión de los otros -judíos, gitanos, musulmanes, emigrantes y, en general, quienes sostengan ideas distintas-; populismo feroz, elemental y sensiblero, potenciado hoy por las nuevas formas de comunicación; y por fin, la violencia física.

Empiezan a no bastar los trucos de las leyes electorales de posguerra -segundas vueltas y demás-, para filtrar la llegada de estos partidos a la representación política y al poder, con gran riesgo para Europa y para la democracia. Pero aquí, el debate quedó en una frasecita.

Publicado en La Voz de Galicia, 24.mayo.2014