La Voz de Galicia

Se diagnosticó hace ya tiempo cierta incapacidad para esperar como uno de los males de nuestra época: parece ser que cuando queremos algo lo queremos ya y no estamos dispuestos a aguardar ni poco ni mucho. Por lo visto hemos educado así a los niños, pero nosotros ya éramos así: buena parte de la crisis financiera se explica partiendo de esa pulsión inmoderada que nos llevó a comprar a crédito millones de coches y de pisos, segundas casas en el campo y semanas de vacaciones en el Caribe como si fueran antojos, deseos irreprimibles que, si se difieren, pueden producir trastornos patológicos andando el tiempo. Nada de ahorrar durante años para la bici, nada de bracear hasta tener en el banco lo necesario para la entrada del piso. Eso está superado, como diría un buen amigo. Y acabamos en la desesperación de esta crisis sin final de la que solo tienen culpa políticos y banqueros.

Quizá esta incapacidad para la espera tenga que ver con el evidente agotamiento mental que padecemos. Andamos mal de ideas frescas, manoseamos sin parar conceptos revenidos que ya no se aplican a las nuevas realidades, porque para tener ideas hay que pensar. Y para pensar, hace falta tiempo y calma, dar vueltas a las cosas una vez y otra, escapar de los eslóganes, de los simplismos y de lo fácil, mirar de un modo más detenido y profundo. Pero nada de esto encaja con nuestro estilo, ligerito y rápido como un videoclip de titulares periodísticos que, de grito en grito y de escándalo en escándalo, nos lleva a ninguna parte con la vertiginosa velocidad de una bici estática.

Publicado  en La Voz de Galicia, 23.febrero.2013