La Voz de Galicia

No hay más diferencia entre el 31 de diciembre y el 1 de enero que esa línea de tiza que los niños pintan en el suelo para luego saltar o para definir un territorio virtual: una mera convención, una marca en el agua, que nos sirve para medir y para contarnos: hasta el 2012 o desde el 2013, en el 2012 o para el 2013, simples números abstractos moderados por preposiciones. En el 2012 perdí el trabajo y también los ahorros de toda una vida en las preferentes, en el 2012 ganamos la Eurocopa y batimos el récord de abortos, en el 2012 empezaste la carrera, en el 2012 conseguisteis… Un año se puede conjugar como un verbo. Todo depende de la preposición. Desde el 2013 dejé de fumar, adelgacé, estudié inglés en serio. Esos propósitos tan españoles.

Pero seguimos siendo los mismos, nosotros y los demás, y siempre disponemos de un mañana, de un aplazamiento: primero hasta Reyes, después hasta carnaval, hasta mi cumpleaños, hasta que… la Navidad está de vuelta y recomenzamos el ciclo de fiestas e intentonas: este año voy a ser bueno. Pero no nos sale. Incluso tendemos a pensar que nos volvemos peores o, dicho de un modo más suave, que perdemos inocencia o felicidad con el paso del tiempo. Y no es cierto.

La inocencia se pierde cuando se pierde la esperanza, que a su vez muere solo cuando dejamos de intentarlo, cuando nos rendimos, cuando imaginamos que no tenemos remedio y los demás, tampoco. Por eso les deseo y me deseo un año de intentonas y de rabietas por los fracasos, un año de esperanza salvaje, indomable.

Publicado en La Voz de Galicia, 29.diciembre.2012