La Voz de Galicia

Así comienza la última columna en Nuestro Tiempo. Se publicó hace ya semanas, pero…

Cuando, como esta mañana, me cuesta ser optimista, pienso en mi padre. Sé de una vez que lloró. Lo sé por mi madre, que me lo dijo un tiempo después. Seguro que lloró otras veces, porque no le faltaron motivos graves, pero tengo que esforzarme mucho para recordarle sin su sonrisa medio pícara. Lo consigo si, por ejemplo, pienso en su concentración la hora de leer el periódico o mientras hacía cuentas, es decir, logro verlo serio si lo imagino solo y trabajando. Pero si estaba con alguien, salvo discusiones menores, sonreía. De entrada, sonreía al desconocido, al familiar, al que no entendía –porque oía mal, era casi completamente sordo desde poco antes de cumplir los cuarenta. Sin embargo, vivía y se movía como si oyera, sin rastro de susceptibilidades  ni amarguras ni sospechas, quizá porque andaba muy concentrado en lo que le importaba: sacarnos adelante.

(sigue aquí)

Por cierto, la anterior tampoco la publiqué. Se titulaba «El negocio».