La Voz de Galicia

Los análisis casi diarios de Miguel Anxo Murado sobre las crisis sucesivas en el mundo árabe han diferenciado otra vez a este periódico por su profundidad histórica, política y periodística. Los sigo con avidez y los recomiendo casi con pasión. En uno de ellos discutía dos afirmaciones que se han convertido en moneda corriente estos días: que las revoluciones en aquellos países se debieran a las redes sociales (Facebook y Twitter, principalmente) y que fueran cosa de jóvenes. Sobre los jóvenes, en realidad, decía que no entendía tanto asombro, porque las revoluciones –y daba abundantes ejemplos– han sido siempre cosa de jóvenes.

Ya lo había advertido M.  Gladwell en The New Yorker hace unos meses a propósito de Irán: las grandes movilizaciones nacieron del compromiso, la organización y la jerarquía, justo lo contrario de lo que significan las redes sociales, donde los lazos entre los miembros son débiles, el compromiso apenas afecta a la llamada “identidad digital” que cada uno construya con sus comentarios, donde resulta fácil apuntarse a cualquier cosa siempre que no haya que dar un duro, donde la organización y la jerarquía son meras metáforas. Gladwell concluía que las redes sociales son más apropiadas para mantener el statu quo que para ir contra él.
Quizá por eso nos extrañamos tanto en estos pagos de las movilizaciones de jóvenes que arriesgan sus vidas en la calle y no parapetados detrás de un ordenador. Como escribió con mucha gracia Alberto Moyano, a un español que viera sin información previa el espectáculo de la plaza Tahrir, lo único que se le ocurriría pensar es que Egipto había ganado la Copa del Mundo.