Ayer, sobre las nueve de la mañana, coincidí en un paso de peatones con un hombre de unos cincuenta años, fuerte, pelo muy largo recogido en coleta, pantalón de chándal marrón y camiseta a juego. Llevaba a la espalda, colgado del cuello, un bastón bien pulido de empuñadura curva que con su peso abría un triángulo en la camiseta por el que asomaba la piel, muy blanca, hasta más abajo de las escápulas. El hombre, quizá gitano, cantaba con buena voz y ganas, pero sin gritar. Calló mientras atravesábamos la calle y reanudó su canto al tocar la acera. Caminaba a paso vivo y enseguida me sacó un buen trecho. Se cruzó con dos chicas que hacían footing e intensificó la melodía repentinamente, como para saludarlas. Un amigo que me acompañaba dijo, apenado: «Ahora ya nadie canta por la calle».
La frase me trajo un montón de imágenes y sonidos de la infancia: los albañiles que levantaban casas en Monte Alto y cantaban mientras colocaban ladrillos. Los recuerdo, sobre todo, de los días en que me quedaba en casa enfermo y no podía ir al colegio. Llegaban sus voces hasta mi cama con las mismas canciones que podían escucharse por la radio en los programas de discos dedicados. Y llegaban también, del patio interior, los cantos de las vecinas afanadas en los tendales o en los fregaderos. Ya por la tarde, para darme envidia, me alcanzaban los ritmos de las niñas y los niños que cantaban tantas canciones asociadas a sus muchísimos y variadísimos juegos. Por no hablar, claro, de los cantos campesinos durante las faenas o en el descanso, pero sobre todo en los desplazamientos. Hasta los carros cantaban. Y los borrachos: en la esquina bajo mi cuarto, se apostó uno que entonaba todas las noches el «Yo soy minero».
Eché de menos aquellos cantos de tantos colores y tersuras, sustituidos ahora por gentes con auriculares. Pero aún no sé muy bien por qué.
Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de un artículo tuyo. Yo también recuerdo la sana costumbre de cantar. Trabajando y de fiesta. Mi padre era muy cantarín y yo sigo sus pasos. Es curioso. Incluso muchas veces canto «sus» canciones, no las mías. De Montealto es mi mujer y vive mi suegra y tienen las mismas imágenes y los mismos sonidos, los obreros, el borracho…
Enorme abrazo.
Miguel García
a.miguelgarciacorral@gmail.com
http://egoexcentricos.blogspot.com
Con tu voz, Paco, deberías predicar con el ejemplo.
Hace muchos años ya un contructor me comentó que cuando no oía cantar a los albañiles se preocupaba. Había comprobado que cuando cantaban estaban siempre trabajando. Trabajaban cantando y callaban cuando no hacían nada. Era entonces.
Miguel: tu comentario entró como spam. No sé qué habrás hecho 🙂
Ander, Ander… Si empezara a dar ejemplo, te arrepentirías. Muy impresionado con tus crónicas desde tan arriba. Excelente trabajo.
Un abrazo muy grande, Ängel.
Qué cierto es que las canciones animan las calles, y los auriculares, MP4 y demás dejan poco a poco sólo el ruido del tráfico. Por eso, en toda fiesta que se precie se canta, al igual que cuando uno está contento silba, tararea… Hay que recuperar el «sonido ambiente clásico» de calles. Gracias por este artículo 🙂
Quisiera cantar, pero no puedo pasar de fa a sol sin un gallo.
Leire: me parece que una de las causas de la ausencia de canciones es, precisamente, la contaminación acústica que padecemos. El ruido no invita a cantar. Aunque, bueno, es lo de menos.
Eresfea: bueno, por lo menos distingues las notas. Pensaba que todos los vascos cantabais en algún otxote.Pero ya se ve que ni Ander ni tú.
Eresfea y yo hacemos un otxote entre los dos. Y movemos las caderas con el mismo ritmo caribeño y sabrosón que éstos:
http://www.youtube.com/watch?v=fgkjhrighAo&feature=related
Cuánta razón tienes, Paco. Por fin alguien defiende a los que cantamos sin darnos cuenta. Es ponerme entre las manos un aspirador o un texto para corregir, y no lo puedo evitar. Entiendo ahora por qué me miran raro en el departamento (en casa disimulan más, aunque una vez Miguel me grabó y fue motivo de burla una semana. Vaya, ya se me había quitado el enfado).
Pago lo que sea por ver a los tres tenores Paco Dominguez, Ander Carrerirre y Josean Pavarotez en concierto sabrosón.
Echo mucho de menos los carros que cantan.
Me gusta mucho tu artículo. Y también me gustó el de «Sócrates», no sé si te lo dije en su momento. En todas partes cuecen habas.
Ay, Paco, Bea, aquella época en la que todas las casas bilbilitanas tenían un cuarto para escuchar a los perros que cantan:
http://www.youtube.com/watch?v=uT3nDyQ9pxA
Muchas gracias, Juan.
Gom: lo de cantar mientras corriges me deja atónito. No consigo imaginarme haciéndolo. Y por cierto, me haré con esa grabación.
Muy buenos los dos vídeos, Ander. Me he reído con ganas, que es casi mejor que cantar.
Ay, qué risa con Faemino y Cansado, Ander, muchas gracias.
Puntualizo: cuando corrijo ejercicios de ortografía o exámenes. Las prácticas de Cie me dejan sin habla, imagina el cante…
Aunque es curioso cómo el cerebro se divide en distintas pistas y a veces hay un hilo musical casi inconsciente con esa canción que has oído en la radio por la mañana. Los que tenemos el cerebro poco compartimentado y organizado no podemos evitar que se materialice y nos ponga en ridículo. Una vez, una profesora me llamó la atención en un examen en la Facultad por canturrear (gran verbo). En tus exámenes jamás (¡jamás!) sucedió eso; siempre estaba muy concentrada.
Soy conciente de que estoy dando una imagen pésima, perdón.
La grabación se autodestruyó, ¡pum! misteriosamente.
Hablando de contaminación acústica.
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/08/18/internacional/1282114556.html
Cómo me acuerdo de D. Francisco Gómez Antón cuando leo este tipo de cosas.
Buenísimo enlace. Hay que ver… Gracias, Gom.
Para cantar hace falta alegría…. Además, cuando uno canta por la calle, lo normal es que el personal, en lugar de alegrarse, piense que uno está loco/a de remate.
«Ahora ya nadie canta por la calle»… Aún recuerdo el buen rato que pasé leyendo esta columna en La Voz y la reflexión que me originó más tarde.
Me ha gustado mucho, Paco.