La Voz de Galicia

Leí en septiembre un artículo de David Brooks en The New York Times que alertaba sobre el galopante narcisismo de la sociedad americana y lo comparaba con la modesta reacción de los soldados y del pueblo cuando ganaron la Segunda Guera Mundial: «Tiene gracia que el ánimo de la nación fuera el más humilde, precisamente, cuando acababa de conseguir su mayor logro». Releo ese artículo a propósito de la noticia del libro The Narcissism Epidemic. Para los autores, dos psicólogos americanos, el narcisismo es «más una afección psicocultural que una enfermedad física». La famosa dedicatoria de Rousseau, «A mí mismo, con la admiración que me debo», fue una rareza en su día, como dicen, pero hoy nos parecería natural en cualquier perfil de Facebook o MySpace. O en cualquier blog.

Los autores, Jean Twenge y Keith Campbell, encuentran las raíces de esta epidemia en el triunfo de la mentalidad de la terapia psíquica (la autoestima y el «quiérete» como valores supremos), el cambio de estilo en los padres (ahora buscan la aprobación de los hijos en vez de que los hijos se esfuercen por conseguir la de los padres), en el triunfo de los personajes que son famosos porque son famosos y en la difusión que los medios dan a su interminable parloteo, en la aparición del crédito fácil y el fenómeno de las redes sociales, a los que otros añaden la claudicación de las escuelas y de las iglesias.

Dicen que los síntomas del narcisismo son: vanidad, materialismo, sentido exagerado de la propia valía o singularidad, comportamiento antisocial, escaso interés en los compromisos emocionales, falta de empatía, autoestima desproporcionada y una percepción limitada a los derechos propios. Dicen que el narcisista quiere ser más listo, más guapo y más importante, pero no más honesto, preocupado por los demás o compasivo.

¿Nos suena o será cosa de los americanos?