Un buen amigo fue invitado hace meses a participar como ponente en unas sesiones sobre “coaching”, algo que se ha puesto de moda últimamente y que renuncio a describir, porque por mucho que me lo expliquen y por más que lea sobre el asunto me parece que no acertaré a definirlo y algún experto vendrá a contradecirme. A mi amigo le pasaba lo mismo: tampoco entendía muy bien de qué iba el asunto y, por tanto, se resistía a intervenir, porque no sabía sobre qué podría él aportar algo en una reunión que contaba con la presencia de varios gurús internacionales. Al final, le dijeron que hablara de lo que quisiera, pero que hablara. Y fue.
Algún tiempo después le visitaron los organizadores para agradecerle su participación y para comunicarle que había pronunciado la conferencia mejor valorada por los asistentes. Le pidieron que, por favor, les repitiera el núcleo de su intervención porque estaban muy ocupados en otros menesteres organizativos cuando se produjo y se la perdieron. Mi amigo no la había escrito y ellos no la habían grabado.
Me lo contaba riéndose: “¿Querrás creerte que les hablé del mar y de los caballos?” Además de empresario modélico en todos los sentidos, es un gran navegante y posee una cuadra de caballos para enganchar que también utiliza, casi con más empeño, en acciones de hipoterapia con niños disminuidos. “Les hablé de los negros”. Se refería a un tronco de negros lusitanos, marcados por leves luces blancas en la frente y las patas: son un despliegue armónico de fuerza, brío y belleza que no me canso de contemplar cuando voy a su finca.
Se llaman Zezeré y Golegá, son dos caballos enteros: “Algunas personas me dijeron que les había gustado mucho la metáfora del coche de caballos con los caballos enteros, que se pueden pelear, que son más incómodos, pero al respetar su naturaleza, no se asustan nunca y a la larga son más seguros que los castrados. Les conté que eso me obliga a meterme en su cabeza, a tratar de pensar como ellos y anticiparme a sus intenciones”. Me decía también que cuando estaba hablando se “sentía un poco avergonzado, porque en el fondo me parecía que estaba diciendo cosas que no venían al caso”.
Zezeré y Golegá pueden ser enganchados al coche de competición, pero hacerlo resulta una ceremonia complicada, atenta, que no está al alcance de cualquiera. Una vez enganchados, se sincronizan a la perfección y trabajan como uno, pero no pueden pastar juntos ni con otros caballos, porque se enzarzan muy fácilmente hasta con los ponis.
Mi amigo los prefiere porque son mejores y más seguros, aunque dé más trabajo criarlos y dirigirlos. Sobre todo, los prefiere porque le gusta respetar la naturaleza de las cosas, de los animales y de las personas. Castrados serían más dóciles, menos nerviosos, pero él los quiere enteros. Le exigen mucho como cochero, pero insiste en que al final son mucho más seguros, menos falsos.
Me explicó también que, según le dijeron los organizadores de aquel evento, la palabra “coach” proviene, en realidad, del húngaro y que luego pasó al inglés para designar coche y cochero. “Un experto en coaching, me decía, es un cochero. Y un cochero es lo que yo soy”. Por fin le convencieron de que era un hombre adecuado para ese tipo de charlas. Los clásicos hablaban ya del auriga, le dije, para referirse a estas cosas: la prudencia como auriga de las demás virtudes, por ejemplo. A Manu le gustó saberlo.
Supongo que los aurigas de los clásicos también preferirían caballos enteros, intactos, con toda la potencia de su naturaleza animal disponible. Hoy parece que abundan los cocheros que renuncian a la excelencia por la comodidad, por el miedo a volcar, y prefieren los castrados. Prefieren la mediocridad, el criterio voluble y adaptadizo, la energía controlable sin el esfuerzo de convencer, de entender al otro, de ponerse en su pellejo. La metáfora podría aplicarse tan fácilmente a la empresa, la universidad, el mundo asociativo y los gobiernos de las naciones, que me da apuro hacerlo, por obvio. Lo dejo a su imaginación.
Lo que pasa es que hay mucho psicólogo en paro que ha creado del sentido común una especie de refrito de vieja sabiduría para apllicarla al ámbito empresarial. Basta darse cuenta que la metáfora de los caballos es tan evidente que si te la cuenta tu mejor amigo no te la crees, sin embargo si pagas 6000 € por un curso de «coaching»(entrenamiento) va a misa. En psicología está todo inventado hace miles de años. Basta con leer a los clásicos
No olvidemos tampoco la posible interpretación freudiana de todo esto. En el momento en que uno considera al caballo como prolongación del jinete en diversos sentidos, castrarlo se reafirma como una mala solución.
Me gustaría saber qué pensaban las mujeres asistentes a la charla, en caso de que se significasen de alguna manera. Frecuentemente he encontrado que han tenido menos reparos que los hombres en recortar a sus mascotas. ¿Por qué será?
Un saludo
G
PD: Por cierto que tal vez haya tergiversado un poco todo esto…
Se pueden pasar horas escuchando o leyendo a tu amigo.
Esta entrada me suena a repe.
La verdad es que no estoy muy de acuerdo con las comparaciones entre el hombre y los animales, o entre el hombre y la naturaleza. Y es algo muy frecuente y produce cierta confusión.
No me gustaría que los ‘coach’ pensasen que sus entrenados son como caballos.
Pone claramente, en la etiqueta, que es una columna que publiqué en «Nuestro Tiempo»
«No a todo el mundo le gusta Samaniego o Tomás de Iriarte, pero referirse a las cualidades de los animales, puede ser un buen método para reconocer nuestra parte mas humana.
Ciencias como la psicobiología o la etología nos dan interesantes claves para entendernos mejor y sorprendernos al enseñarnos que muchas cualidades que parecían intrínsecamente humanas, en realidad no lo eran.
El reconocer comportamientos humanos en el mono rexus, no creo que genere confusión entre especies, salvo porque la realidad no es que ellos nos emularan, sino que unos y otros ya éramos así antes.
Al igual que aquellos, practicamos la socialización que nos facultó el maquiavelismo, la compasión o el amor – no en vano compartimos casi la integridad de nuestro código genético -, pero precisamente para saber en que nos diferenciamos es bueno conocer de quien digo diferenciarme, no sea que resulte, que solos en nuestro pedestal, no nos demos cuenta de que no somos mas que un mono presuntuoso».
No sé de quién es ese texto que citas pero estoy bastante en desacuerdo con lo que dice. Ya desde la primera frase. De hecho, en el lenguaje común decimos «fulanito es muy humano» o «es que es tan humano» como un elogio de alguien. Y esa expresión no se refiere a las cualidades animales de dicha persona, sino a las que no son animales y, en especial, a la comprensión, a la facultad de ponerse en el lugar del otro.
No tengo nada en contra de los animales, es más, me encanta la naturaleza y muchas veces me pasmo ante ella. Sin embargo las explicaciones de problemas del hombre que toman como punto de arranque una comparación entre animales y seres humanos suelen ser muy incompletas y nada definitivas.
El hombre puede ser presuntuoso, pero no puede ser un mono, aunque quiera.
Sigo pensando que hay mucha gente que piensa que los animales son como los que salen en las pelis de Walt Disney.
El otro día vi a un señor que iba de paseo con dos perros. No sé de qué raza era pero me parecieron perros de zonas frías (no sé si eran huskis o algo parecido). Ambos llevaban un abrigo para perros porque estos días hace mucho frío. Al verlos me pregunté qué tipo de seres somos que le ponemos un abrigo a un animal que está hecho para vivir en zonas de un clima extremo (desde luego mucho más extremo que el gallego). Y sentí pena por el perro y me lo imaginé mucho más feliz corriendo por la estepa siberiana o por Alaska que con su abrigo paseando por las calles de Coruña.
Y pensé que esa es la consecuencia de humanizar a los animales.
En cuanto a que el artículo me sonaba repe es porque ya lo había leído pero no sabía dónde. Y la etiqueta no la he visto, lo lamento.
Se pueden sacar muchos comentarios sobre esta entrada. Yo prefiero los que se derivan más próximos a la misma. Y vuelvo a insisitir: El «coaching» es un sacacuartos para aquellos que no han leído por ejemplo, «El código Samurai», «El Príncipe», Los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, a Séneca, Epícteto o cualquier estoico, El Tao Te King, El Arte de la Guerra (el de Tsun-zu, aunque creo que hay otro similar)…eso por citar sólo unos cuántos. Por eso el «coaching» me parecen «técnicas para vagos» que no quieren leer ni refelxionar sobre la vida. Todo esto me suena muy «Nueva era», muy «cool». En fin.
PD: Los refritos de «autoayuda» se venden como churros. Parece que la posesión o la simple lectura de algo te va a solucionar los porblemas cuando el 99% se solucionan con sentidiño y el 1% confiando en la Providencia
Nota bibliográfica: La mejor edición de «El Príncipe» es una que comentada por Napoleón. «Chapeau»!
Enhorabuena por el artículo Paco! Conozco el caso y es verdad que Manu puede regalar sabiduría por arrobas a base de conocer tan profundamente a los caballos, siendo además muy didáctico.
Mi impresión es que cuando se dice que somos animales racionales se nos olvida la primera palabra, que es la que más nos define,… pues para ser ordenadores aún nos queda más de un escalón evolutivo (¿o quizá sea mejor no ser como mr spock?)… disculpa la polémica fácil;)
Es la primera vez que leo tu blog y me encanta también el nivel de los comentarios (a los que no aspiro a compararme)… muy enriquecedor.
Tenía guardado la referencia a este artículo y lo he releído.
Me gusta bastante.
Un saludo
Gonzalo