Coinciden muchos en que el Gobierno, a falta de respuestas para los problemas que ya tiene —y para otros que aparecen cada semana—, ha decidido crear problemas nuevos para los que ya tiene dispuestas soluciones prefabricadas que, además, ni negocia ni piensa consensuar. En casi todos los casos, salvo el tan manido Estatut, los nuevos problemas se orientan a tocar la moral de la gente, en sentido estricto. Y como consecuencia, generan posturas radicales a ambos lados del espectro. Esto le va bien a Zapatero, dicen, porque distrae de los temas que verdaderamente preocupan a todo el mundo y porque le ayuda a marcar territorio para asegurarse en su electorado de izquierda. Obliga, además, a la reacción de los conservadores que no pueden desatender tales asuntos sin alejarse de sus propias bases, y al hacerlo, marcan también, quieran o no, su propio territorio. Zapatero ha utilizado este procedimiento desde su primera legislatura, pareció abandonarlo poco antes de las elecciones y ahora lo recupera, aumentado, como solución perversa a una crisis económica y social de la que no salimos más que en sus declaraciones.
Se trata de una táctica política vieja y, por tanto, bien conocida, que sus adversarios deberían saber cómo neutralizar. Pero no saben. Así que gastamos unas energías valiosísimas en sacar adelante, por ejemplo, una ley del aborto con un apoyo social bajo y que decrece día a día. Pese a ello, no se busca ni se quiere el consenso. Prefieren gobernar para su gente y no para todos. De ahí que el país se polarice cada día más en extremos irreconciliables que llegan al odio. Al odio político.
En el caso Palomino —el joven apuñalado en el metro por un extremista de derecha— se apreció como agravante «el odio político». De acuerdo, me decía alguien, pero entonces, ¿qué hacer con quienes se dedican a provocarlo o inducirlo?
Los extremismos son malísimos. Yo caí en ellos haciéndome, por ejemplo, de los grupos más radicales de la extrema derecha que harían del PP un partido de «rojos». Hasta que un buen amigo me convenció, para no caer en el odio, en el fascismo. Borré todos mis «amigos» de Facebook y todos cuanto grupo reclamaba incluso cosas tan dignas (y nada fachas) como el derecho a vivir. Estoy más tranquilo. Y no me intereso un ápice por la política. Por cierto, vivo mejor sin Federico Jimenez Losantos y César Vidal.
O odio sempre acaba volvendose, como a envexa, contra quen o fomenta.
Por certo: Desculpen que escriba sen acentos (non sei que lle pasa a este ordenador) e que coas miñas mensaxes apareza un enlace con esa web que non sei de que e.
Boas tardes a todos.
Pásale un antivirus. A veces los teclados se desconfiguran porque hay un programa oculto trababajando. Si tienes escogido ES en la parte inferior derecha de la pantalla y no te va, tienes muchas papeletas para tener un bichito de esos. Pero tranquilo, son benignos.
Y tienes razón, y añado: hasta los pensamientos y los deseos negativos hacia alguien acaban volviéndose en tu contra.
Según Empédocles, el amor es el excipiente amalgamador de la naturaleza social y humana El odio -según aquel- separa, mientras que el amor une. Cuando el hombre se contamina con el odio, el amor actúa como bálsamo, como actúa un antídoto ante el veneno de una víbora. Si en esta lucha vence el amor, sanamos y si triunfa el odio, los elementos básicos que componen al hombre y su sociedad, sucumben a la putrefacción, generando la enfermedad y la guerra.
Sus coetáneos creían en la rueda de la fortuna, con ello explicaban los ciclos expansivos y las purgas de la naturaleza en donde se inspiró Kondratief para explicar los ciclos económicos y quizás por eso aquellos antiguos pensadores, explicaban el mundo como una secuencia de ciclos amor-odio, unión-separación.
Pero el odio es un impulso más arcaico que el amor. Está en lo más profundo del hipotálamo, se nutre de nuestros impulsos primitivos primarios. Por eso nos une en nuestra condición de bestias primitivas, aludiendo a nuestro instinto gregario que traza fronteras contra lo otro que sentimos como una amenaza. Es una vieja paradoja aquella de que el amor une, y el odio separa, aunque el odio también genera fuertísimos vínculos y ataduras usando la parte de nuestro código que compartimos con los reptiles. eso es lo que usan nuestros manipuladores.
al tiempo de unir sometidos a los suyos, saben que el odio extirpa toda autocrítica y vela la razón. Nos impide ver nuestros defectos y valorar con justicia la virtud de quien o que odiamos.
El odio racial, territorial o religioso es usado sin pudor hoy en día, aún a pesar de que ha sido el fundamento de los regimenes más atroces de la historia humana,
Comienza el artículo:
«Coinciden muchos en que el Gobierno…»
Cuando bien hubiera podido comenzar:
«Coinciden muchos en que (los) Gobierno(s)…»
Con ello quiero decir que resulta injusto atribuír a un Gobierno concreto un comportamiento que es común al gremio político.
Por otro lado los seres humanos debemos hacer uso de nuestra responsabilidad sin dejarla en manos de otros. Tenemos la obligación de utilizar nuestra inteligencia -para algo nos habrá dotado de ella la naturaleza- y preservarnos así de pretendidas manipulaciones y/o adoctrinamientos abanderados por aquellos que mandan en el panorama político seguidos muy de cerca por una cohorte en forma de periodistas, tertulianos… a su servicio.
Nadie conseguirá provocar, ni inducir odio político en aquellas personas que, partiendo de la información precisa, hagan uso de su responsabilidad, objetividad, libertad… sin permitir que otros opinen por ellas.
La verdad es que a mi me deconcierta un poco la táctica del PSOE sobre todo con la ley del aborto. Todas las encuestras muestran que la opinión pública o esta en contra de la modificación o tiene muchas dudas sobre ella. Entonces, ¿los votantes del PSOE son el 40 por ciento de los votantes? Me parece una mala y peligrosa estrategia lo que me lleva a pensar que igual no es solo una estrategia.
Por otro lado, también me sorprende que ante la crisis económica el Gobierno se haya decantado por la política del «garantizaré el gasto social» y no haya añadido, de una forma clara y sencilla, el «al mismo tiempo que aplicaré una política de austeridad». En mi opinión en estos momentos es esencial que el Gobierno dé ejemplo de reducción del gasto y ganaraía muchos apoyos con un par de gestos al respecto. Sin embargo, no los hace.
Gracias, Javier.
Mil apertas a todos.