La Voz de Galicia

Corremos el riesgo de olvidar al pueblo iraní en sus afanes y luchas. Las noticias ya menguan, porque cada día que pasa quedan menos periodistas allí para contarlas y porque a todo nos acostumbramos los lectores, incluso a contar muertos. A los iraníes, primero, les cambiaron de régimen político sin pedirles permiso, de modo que pasaron de un sistema islamista clerical a un sistema islamista-clerical de corte militar, porque el actual presidente, que provenía de la Guardia Revolucionaria, no solo formó su gabinete con muchos antiguos miembros de aquel cuerpo, sino que fue situando a otros en puestos clave de la administración del estado e incluso del ecosistema cultural. Así que ahora tienen el control del país.
Los iraníes terminaron dándose cuenta y por eso se produjo una movilización masiva para acudir a las urnas. No les sirvió de nada y decidieron salir a la calle. El régimen respondió con dureza y siguieron intentándolo. Siguen todavía. Mientras, en Occidente, se multiplicaron las condenas más o menos enérgicas. Aunque también ha comparecido ese memo complejo de inferioridad que ha llevado a algunos progresistas a justificar lo que parecía increíble: un régimen clerical y militarista.
Pero la gran pregunta es: ¿qué postura adopta la Alianza de las Civilizaciones ante la crisis iraní? La Alianza, ideada precisamente por un clérigo iraní y lanzada por España y Turquía bajo los auspicios de la ONU, guarda un llamativo silencio. El alto comisario Sampaio, que destacaba hace unos meses el papel clave de Irán en la Alianza, ahora calla. Algo incomprensible, porque si quisiera responder a su nombre, la Alianza de Civilizaciones trataría de hacer valer la autoridad que tenga apelando a ese mínimo común denominador moral que debería darse entre las culturas: el respeto a los derechos humanos. Porque si ni siquiera sirve para esto, entonces, ¿para qué sirve?