La Voz de Galicia

Aún no sé si me gusta la candidata republicana a la vicepresidencia, Sarah Palin. Desconozco casi todo sobre ella, salvo detalles poco significativos: que ganó concursos de belleza y esto le dio no pocos problemas para sacar adelante su carrera política en un estado más bien macho, como Alaska. Que tiene cinco hijos, que el último padece síndrome de Down, y que su hija adolescente está embarazada. Que es pro-vida, al igual que un número creciente de mujeres americanas (el 43 por ciento, concretamente, según Gallup). Parece que, además, es religiosa (dicen que creacionista, ojalá no), feminista y de los del rifle. Se insiste en su inexperiencia, pero nada se comenta de lo que ha hecho en los dos años que lleva como gobernadora de Alaska: por ejemplo, cómo desmanteló una enorme red de corrupción que implicaba a políticos de su propio partido —incluido el gobernador republicano que la precedió— y a varias multinacionales del petróleo. Casi nada.
Sabemos de una cosa y no de la otra porque, como es mujer, no se analiza su carrera, sino qué tipo de fémina representa. Se dice: alguien con cinco hijos, uno de ellos necesitado de cuidados especiales, tendrá que ocuparse de demasiadas cosas en casa para, además, llevar bien semejante candidatura. Pero lo que realmente se quiere decir es: Sarah Palin encarna un modelo opuesto al correcto (hijo único o parejita para conciliar trabajo y familia). Escribe Ignacio Aréchaga: «Palin parece tener algunos de los mejores rasgos de una mujer moderna: fuerte, independiente, trabajadora y absolutamente femenina. Por eso es llamativo que algunas hayan dicho que pone en riesgo la imagen de la mujer trabajadora de hoy». Se refiere, por ejemplo, a Cindi Leive, editora de Glamour, dos hijos: “Hay preocupación entre las madres trabajadores de ambos partidos», por el tipo de madre que significa. Se ve que para Cindi no es glamuroso.

Sarah Palin, octubre del año pasado