La Voz de Galicia

Se miden la altura moral e intelectual, la imaginación y la veracidad de un polemista por su capacidad de proporcionar datos, informaciones y argumentos: cuanta menos información y más insultos o comportamientos violentos, menos razón suele asistir a quien así debate. El insulto es el recurso rastrero de quien no tiene razones que aducir en su ataque o en su defensa. Señala la escasa inteligencia o el déficit de honradez. Cuando al insulto se le añade una dosis de mentira, lo dicho o lo escrito se reduce a una baba amarilla, viscosa.
Duele ver ese comportamiento en los que aspiran a merecer —sin conseguirlo— la condición de periódicos, pese a que hayan nacido viciados por un partidismo tan loco que ni siquiera defienden los intereses de la entidad que representan, sino solo los de sus rectores.
Pero quizá duela más el recurso a tan bajos procedimientos en un periódico que un día fue un periódico. Me refiero a La Región de Ourense. Pese a que, por el puesto que ocupa en el mercado provincial, debería ser el diario solvente y próspero de otras épocas, se encuentra en una quiebra casi inexplicable y a merced de los cacicatos políticos y empresariales. Lo peor es que ahí deja también a sus lectores. La operación fracasada por la que pretendían que la Diputación entrara en su accionariado apenas hace visible lo dicho. Por eso se ha urdido tan en silencio, tan a oscuras. Sorprende que en nuestros días se haya planteado siquiera tan descarada posibilidad.
No sorprende, sin embargo, que el periódico ourensano responda a las informaciones con insultos y reconozca incluso que los ha copiado de ese otro supuesto periódico coruñés. Lo decía hace años Nicolás Gómez Dávila en sus Escolios a un texto implícito: «Nuestro tiempo descubrió que a cualquier cosa se le puede prolongar la vida envileciéndola».

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